Desde un tiempo para acá mi mujer había dejado de ser la que con inmenso placer me ofrecía la puerta abierta de su flor para que la libara hasta la saciedad.
Por eso no me cogió totalmente de sorpresa cuando un día recogió sus matules y se fue a vivir con una abeja reina.
Texto agregado el 10-09-2004, y leído por 527
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