Es curioso cómo el deseo puede llegar a danzar y escabullirse. Me recuerda a aquel fuego fatuo de los pantanos, una llama saltando ágilmente de la copa de un árbol a una roca, de ahí a una rama, y de ahí a la larga nariz de un trasgo que lo observa estupefacto. Yo he visto a ese deseo burlón y atrevido cobijarse hoy por un momento bajo tu barbilla.
Siempre he sabido que resulta absurdo pretender capturar un fuego fatuo, que más de un granjero ha acabado desesperado tratando de ahuyentar al inesperado invitado, y alguno ha estado a punto de acabar mal parado mientras hacía aspavientos con su horcón o su azada para cazarlo. La ligera llama hacía tres cabriolas en el aire para acabar posándose en medio de la calva del desconcertado labriego que por un momento quedaba totalmente desorientado. Por este motivo no he pretendido capturarlo. No. En su lugar me he lanzado a jugar con él, y cuando de ahí pasaba a tu nuca, lo seguía rápido para posteriormente ir pisándole los talones con cada beso en tu espalda, o en tu regazo, o en tus piernas.
El deseo es astuto, pero dependiente, y de esta manera siempre tiene que acabar regresando a sus fuentes. Por este motivo me ha resultado sencillo aguardar mi momento y cuando he visto al fugaz destello saltar, me lanzado tras él y lo he retenido en tu boca, por unos instantes le he mantenido en jaque entre nuestras lenguas, nuestros labios, nuestros dientes y, finalmente, ha podido escapar de nuevo al separarnos para tomar aliento. Aún así, el deseo deja su rastro, y desde esta tarde noto cómo algo de él ha quedado en mis encías.
El deseo es curioso y hoy ha venido a jugar con nosotros como un fuego fatuo. |