Por fin había llegado a la ciudad donde ella vivía. Deseaba encontrarla. Deseaba con unas ansias tan profundas y verdaderas verla, en la estación central y decir: Hola! y sonreir y sentir el brillo de sus propios ojos cuando la vieran. Tanta emoción.

Las probabilidades eran pocas, porque ella no sabía que él estaba aquí y él no sabía dónde, en medio de toda esa ciudad, que no era tan grande, pero era una ciudad, podría encontrarla. Pero tenía fé. Tenía fé que había una remota posibilidad de que se encontraran por casualdiad en el centro, cerca de la estación central. Caminando por ahí y de repente, sinceramente encontrarse, con la sorpresa de verse sin esperarlo, tan improbablemente. Entonces sería la prueba definitiva de que lo que los unía era el destino.

Había empezado a sentirse intensamente atraído hacia ella desde aquel día en la clase de danza. La forma en que ella lo había tocado mientras mostraba el ejercicio. Sabía que no era nada especial. Como profesora de danza, ella sólo había hecho lo que hubiese hecho con cualquier otro alumno. Pero desde ese día su deseo había crecido en forma tan intensa, que ahora sentía que podría morir de amor.

Pensaba todos las noches en ella, imaginándola, imaginándose juntos, proyectando millones de aventuras amorosas, en donde él era el protagonista. Historias felices al principio, que siempre terminaban en forma trágica. Pero que siempre volvían a empezar.

La buscó por la ciudad. Primero caminó para tener más posibilidades de verla. Caminó por las calles de esa ciudad llena de turistas, buscando su cuerpo, su cara, en todas las direcciones posibles. Nervioso, con el corazón latiendo cada vez más rápido y más fuerte. La llamó con su mente, con toda la fuerza de su alma, esperando que ella lo escuchara.

Como esa estrategia no dió resultado y su mochila estaba pesada y le dolía la espalda, decidió quedarse quieto, en un sólo lugar. Pero en un lugar muy central, muy capaz de ser visto. Pensó que eso podría ser mejor, ya que si los dos se movían en distintas direcciones, nunca llegarían a encontrarse.

Pero ella nunca apareció. Esas cosas sólo pasan en las películas. En cambio apareció el frío, en la cara, en las manos, en los pies, en todo su cuerpo. El frío y las preguntas. Quedándose sin saber por qué ese frío, por qué esa soledad. Por qué esa necesidad brutal de ser amado y amar. De encontrarse con ese otro cuerpo de mujer. Atravesar y ser atravesado infinitamente por ese otro cuerpo de mujer. Hasta que ese cuerpo le produjera aburrimiento y entonces encontrarse con el vacío.

Pero primero la mujer y la mujer no estaba. La mujer que ahora no existía y que no sabía aún que ellos estaban destinados a encontrarse, para vivir una intensa y melodramática historia de amor, esa mujer, caminaba cada vez mas lejos, en la dirección opuesta.