La culpa es tuya. Todo empezó en el momento en que se te ocurrió pensar qué pensaría yo cuando, de pronto, sin tener noción alguna de qué tiempo y espacio me evadía, de dónde había salido, introduje mi escuálida mano en el profundo bolsillo del pantalón de donde extraje mi característico mazo de llaves para escoger debidamente la que abre la puerta de la calle de mi casa. Cuando la hube abierto vi desierta la sala comedor y cerrada la que da acceso al cuarto de papi; ello no me sorprendió mucho: el viejo bien podía estar durmiendo y para eso, pudo haber cerrado la puerta para hacerlo con más tranquilidad, pero que la de mi cuarto estuviera entreabierta cuando celosamente la cierro con llave cada vez que salgo de casa, que de la habitación saliera la voz del televisor y otra humana que no lograba identificar, aquello sí era alarmante (ladrones no eran: sentía la voz de mis hijas como si nada ...). De un portazo, casi adrede, hago cerrar la puerta y entonces se asoman Isabel Cristina, mi hija mayor y tras ella un adolescente, un hombrecito en vía de formación que parece va a ser un joven apuesto y que parece ser su novio.
Cuando yo lo digo, Emilio, la culpa tuya porque, como lo pensaste, casi me vuelvo a morir al saberlo, y mi hija, al verme, se le humedecen los ojos de la emoción o el susto (me dijiste después ) y sin poder sobreponerse a mi presencia física cae redonda al piso, mientras que el muchacho (que nunca me vio en vida, pero me reconoce ) grita con voz ahogada ¡EL MUERTO! Y sin que pasen ni dos segundos aparecen mi ex-suegra persignándose, invocando a cuanto santo le viene a la mente y Gabriela, mi benjamina que no vacila llorando en venir hacia mis enclenques brazos.
Yo, por supuesto, utilizando una de tus palabritas filológicas, estoy anonadado. No entiendo lo que está pasando. No tengo idea de donde vengo, no recuerdo si de la firma o de otra parte hasta que me cuentas que soy un semi cadáver porque a punto convertirme ser cenizas. Y tampoco entiendo que haya muerto de una neumonía. Hasta estoy a punto de no creerte. ¿Quién en estos tiempos se muere de una enfermedad tan fácilmente combatible? Pero ante el desmayo de Isabel Cristina, el muerto de aquel muchacho, las invocaciones de mi ex suegra, la efusión de Gabriela y el despavorido grito de Dania, mi ex mujer, llegada de no sé dónde, tuve que rendirme ante las evidencias y tus confesiones.
Pregunto por el viejo. Nadie quiere responderme hasta que se atreven lo enterramos no hace ni quince dias. El pobre no supo resistir el golpe y empezó a hacerle rechazo a la vida cuando yo resucitado estoy dispuesto a rechazar la muerte que me imputan. A decir verdad, la fallecimiento de papi me deja indiferente; se supone que me acongoje, pero no, tengo la impresión de haber estado conversando con él en un lugar muy parecido a la nada poco de abrir la puerta de la casa. Menos mal que antes de morirse David (que soy yo) ya al viejo se le olvidaba las cosas y que ese olvido se fue agudizando a tal punto de olvidársele por completo las cosas después de la muerte del hijo. Por lo tanto, no pudo habérselo dicho o sino iba a haber otro muerto. Yo me voy, tengo que irme, dices. Creo que hasta tú, mi amigo, me cogiste miedo. Pero no, me equivoco. No dejes que se acerque, Emilio grita incesantemente Dania en medio de su indetenible histeria y yo sin entender a quién quieren proteger, porque de eso se trata, de proteger a alguien de mí, y ese alguien, claro está, sólo puede ser el hijoeputa que en vida mía me robó a mi mujer y que ahora, lo huelo como buen cadáver, debe estar instalado en mi casa como dueño y señor.
Por eso vuelvo a repetírtelo, Emilio: la culpa es tuya. Si no se te hubiese ocurrido la cabrona idea de pensar al punto de invocar mi espíritu si David viera esto... Es decir, aquel chiquito en short, en chancletas y a torso descubierto como si estuviera en la costa o en su casa y todo lo que ha pasado en mi año de ausencia, yo seguiría tranquilito en mi tumba como ustedes pisando la tierra que se los a comer también.
22.VII.03
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