Duele. Duele el hambre estrujando mis tripas, duele mi piel expuesta al sol sin pelaje ni protección, duelen estas llagas que rasco con fiereza, porque implacables me pican sin compasión. Están infectadas y a nadie le importa, en realidad, a nadie le importo yo. Soy invisible, nací callejero.
Me detengo sin fuerzas ni ganas de avanzar un paso más, y cual si fuera una estatua observo pasar a la gente con total resignación. Fue mi suerte, mi mala suerte, nací callejero.
Nadie me invita a su vida y las veces que intenté entrar en ellas me miraron con asco, sacándome a patadas. Aprendí mi lección, ya no me acerco, los humanos sólo saben golpear mi esquelético cuerpo, ha de ser, reconozco, mi pésimo aspecto.
Me quedaré aquí a la orilla del camino y esperaré mi último sueño, ya lo siento, está por llegar. Quizás tenga más suerte en mi otra existencia y me dé una buena vida, con una casa, un nombre, un plato y comida.
M.D |