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¿Dijo usted “Inversionistas”?

“La riqueza es como el agua salada; cuanto más se bebe, más sed da”
Arthur Schopenhauer

Los defensores del libre mercado señalan que la economía ha estado presente en la sociedad desde que un grupo de humanos se organizó para vivir juntos. No existía el dinero como lo entendemos hoy, pero sí alguna forma de intercambio, el trueque, por ejemplo, o la especialización del trabajo. Tú me haces las flechas y yo te doy un trozo de carne. Esto con el tiempo se ha ido complejizando hasta llegar al dinero plástico y los numeritos led en los tableros de las Bolsas internacionales, números que tienen el poder de empobrecer a una gran cantidad de gente o de enriquecer a unos pocos. Nosotros, que estamos fatalmente dentro de la categoría de los que se empobrecen, hemos criticado este sistema sobre todo desde que el mañoso de Marx puso el dedo en la llaga y publicó a mediados del siglo XIX su mamotreto “El capital”, texto que todavía da dolores de cabeza a los economistas. A propósito, un chiste:

“Un grupo de economistas en excursión ascienden por una colina. Algo cansados se detienen y aprovechan la pausa para revisar su ubicación. Uno pregunta:
- Según el mapa ¿en dónde estamos?
Apuntando con el dedo la montaña de enfrente, otro responde:
- Según este mapa, nosotros estamos ahora en ¡esa saliente de allá!”

Además de gente como estos montañistas inútiles, el sistema económico que rige (si no todo) gran parte de este singular mundo de hoy se basa en otro grupo de individuos, que tienen mucho poder pero que, al mismo tiempo, funcionan de manera más anónima: los inversionistas. Cada vez que una autoridad sale a declarar sobre la situación económica del país, para bien o para mal, de cierta forma se dirige a ellos, “nuestro país ofrece inmejorables garantías para los inversionistas” dice ufano, o, “tomaremos las medidas necesarias para que la inversión crezca”, o, “la inversión ha disminuido un 2,3 por ciento, por lo que tendremos ajustar nuestras finanzas y algunos pendejos van a morir de hambre, pero no se preocupen, estamos trabajando para salir de esta crisis”.
Escribiremos algo sobre los inversionistas, estos enigmáticos señores que tienen el poder de decidir la caída o el crecimiento de una nación y amedrentan con sus fantasmales existencias (tan fantasmales como sus recursos e inversiones) a los estados, empresas, políticos y políticas.
Veamos qué nos dice de ellos la madre RAE:

Inversionista.
1. adj. Dicho de una persona natural o jurídica: Que hace una inversión de caudales. U. t. c. s.

La señora Academia no invierte muchas palabras para ilustrarnos, ¿y la Enciclopedia Británica?:

Invertir- Inversionista.
Verbo transitivo.
1. Comprometer (Dinero) de manera de recibir ganancia de vuelta.

Definición simple, concreta, tacaña. Es posible que el concepto no sea tan relevante para los mohosos enciclopedistas, sin embargo, en el mundo financiero el inversionista es un factor de tal importancia que no sería posible entender la economía sin conocer su influyente y decisiva labor. Como somos neófitos en este tema iremos a por un texto básico, el famoso y ya clásico manual de Economía de Samuelson, que seguramente nos iluminará. Pues bien, ¿qué nos dice este libraco sobre los inversionistas? poco, no se refiere expresamente al inversionista como sujeto, habla de inversión como acción, como voluntad de un individuo cualquiera. Y la ambigüedad de la palabra “cualquiera” está aquí bien usada, porque según este manual todos somos potenciales inversionistas. “Cuando Amazon.com construye una nueva bodega, o cuando los Pérez construyen una casa nueva, estas actividades representan una inversión” nos dice el pesado de Samuelson. Es así como el inversionista se diluye en las calles de la aldea global y se pierde entre la multitud humana constituida ya por 7 mil millones de almas. Por eso es tan difícil identificarlo, el inversionista somos todos, por lo tanto es nadie. Lo confieso, es una gran decepción. Me lo imaginaba con su impecable traje italiano, camisa de seda, zapatos brillosos, maletín de cuero negro y acompañado por dos agentes serios e intimidantes. Sí, es una visión bastante gansteril, pero dada la persuasión que ejerce en las altas esferas de la sociedad es fácil dejarse cautivar por el estereotipo del mafioso.
Ahora bien, no podemos conformarnos con esto. Prosigamos.
Cabe destacar que junto al inversionista pululan entidades de similares características que muchas veces tienden a confundirse con él, mas no son lo mismo. El accionista, por ejemplo, tiene una condición más clara y definida en la ley con funciones y responsabilidades preestablecidas dentro de una empresa. Por otro lado está el acreedor, perro de caza que cumple la función de reclamar por el pago de una deuda. En todo caso los tres, inversionista, accionista y acreedor son consanguíneos por línea paterna y forman una hermosa familia. Les gustará saber que existe una gran variedad de inversionistas, muchos y de todo tipo, feos, bonitos, grandes y chicos; pero no sería bueno para el lector por muy ocioso que esté que me largara a definir cada clase y categoría.
Como ven, pesquisar a uno de estos espectros es algo complejo; sin embargo, así como cuando vemos flamear una bandera sabemos que es por causa del viento, en la medida que podamos ilustrar sus actos, podremos entender un poco más su naturaleza.
Una de las cosas esenciales es comprender que la inversión, en términos económicos, siempre busca una ganancia. Samuelson dice que “sólo hay inversión cuando se produce capital tangible”. Pero ¿dónde está el capital tangible en las Bolsas de Londres o Nueva York? Todos sabemos que es precisamente en esos templos financieros donde se mueven las más grandes fortunas y donde la inversión es la diosa a la que todos temen y veneran, pero de tangible, nada. Si bien no encontraremos allí al inversionista, están sus lacayos gestionando transacciones financieras, compra y venta de acciones, negociando y especulando. Porque, hermanos míos perdamos la ingenuidad, ahí se busca obtener ganancias sin mover un dedo, el propósito es comprar a un precio y vender a otro más alto, jugar con el dinero y con la información en un mundo virtual donde se tranza la suerte de personas, empresas, incluso de países enteros en un pandemónium de números y ambiciones. Vean la crisis del ´29 o al rapaz de Bernard Madoff, bellaco entre los bellacos, que estiró un poquito más el elástico y provocó un desastre descomunal (http://bit.ly/1nSYI4L),( http://bit.ly/1lZU4ne).
Lo más intrigante de los inversionistas es que manifiestan una sensibilidad extrema, casi como poetas trágicos sufren por la incoherencia de las autoridades, se lamentan por la falta de lealtad, gimen por las fluctuaciones del mercado, se aterran de los cambios estructurales y rasgan vestiduras frente a la más sutil tentativa de aumento tributario. Son seres muy delicados, espíritus impresionables que temen y desconfían de todo. Y si añadimos que son mimados por las autoridades, entenderemos un poco mejor esa conducta tan deleznable frente a la sociedad.
“La vida económica –sí, Samuelson- es una colmena enormemente complicada de actividades, en la que la gente compra, vende, negocia, invierte y convence”. Una dimensión que funciona mayormente en base a factores que están muy lejos de ser medidos o regulados, son puras intuiciones, corazonadas, tendencias, comentarios de alguna autoridad, rumores, antojos, miedos, maquinaciones, confianzas, desconfianzas, etc. No cabe duda que es un escenario complejo para cualquiera. La mala noticia para nosotros es que las determinaciones que toma este selecto y quisquilloso grupo de personas, que no se basan precisamente en la generosidad ni en la fraternidad universal, afectan a la gran mayoría de la población en aspectos vitales como la alimentación, la salud, la vivienda, la educación, el trabajo. Es demasiada responsabilidad para entes indefinibles y jabonosos que se nutren de dinero.
La dinámica del capital debería funcionar básicamente así: los empresarios, inversionistas per se, piden crédito a los bancos e invierten esos recursos en construir, ampliar o mejorar sus modos de producción para obtener mayor rentabilidad, lo que a su vez activa su entorno y produce desarrollo social. Muy lindo, en teoría. El problema surge cuando la inversión no se consuma en algo concreto -recordemos a Samuelson, “sólo hay inversión cuando se produce capital tangible”- como una casa, una industria, un puente o máquinas más eficientes. Los preceptos del capitalismo se tergiversan cuando los inversionistas no invierten (valga la redundancia) del modo tradicional para producir bienes o servicios. Cuando invierten en intereses, en bonos, en acciones, cuando hacen transacciones financieras que en nada mejoran la realidad se vuelven parásitos de la riqueza; lamentablemente este modelo de negocios es el que más influye en la economía mundial, el caso Madoff es ejemplificador en este punto.
En el transcurso de la historia la evolución de estos seres ha ido acorde al desarrollo de la política, imbricando su marital relación en estos últimos tiempos a niveles superlativos. Hoy no se puede concebir la política si no se admite que está profundamente fusionada con la economía. De hecho los gobiernos y los estados funcionan y se estructuran de acuerdo a visiones económico-políticas. Si en la edad media la alianza estratégica era trono-iglesia, hoy es gobierno-capital. La economía se ha transfigurado en política, y viceversa, permitiendo el intercambio de gestos, saludos y abrazos entre ambos mundos. En busca de nuevos campos donde sembrar el inversionista ha encontrado en la política un terreno fértil, y, acostumbrado a rentar, disfruta de sus intereses sin riesgo de caer en desgracia, perder votos o mancillar su honorabilidad. Quizá por eso tan pocas referencias oficiales a su figura. Hay una especie de protección tácita hacia ese prohombre que tiene el poder de hacer funcionar una empresa, satisfacer o no las necesidades de los electores, elevar o hundir una candidatura.
Poseer la riqueza suficiente para costear y materializar un proyecto no es de manera alguna reprochable, pero entre la legítima aspiración a mejorar nuestra vida haciendo negocios y la búsqueda enfermiza de fortuna hay una línea muy delgada. El hombre se confunde fácilmente entre la ambición y la codicia. Voltaire, probablemente no muy querido por los chicos de Wall Street, resume a la perfección este despropósito: “quien cree que el dinero lo hace todo, termina haciéndolo todo por dinero”. Lo preocupante de esto no es que los inversionistas tengan una visión utilitarista del mundo, así son y no los vamos a cambiar, pobrecitos; sino que todo el resto de la sociedad deba seguir su juego y que seamos nosotros, al final del día, los que estemos obligados a ajustar nuestras vidas para que su desquiciado supuesto de la rentabilidad constante funcione para ellos.


Texto agregado el 17-01-2016, y leído por 235 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
19-01-2016 Felicito tu pluma clara y procesada, fue muy instructivo leerte, gracias por eso. Un abrazo. gsap
18-01-2016 muy bueno tu texto. En mi calidad de economista no puedo sino aplaudir tu forma de explicar conceptos a un público no profesional y poner el "grano salis" en un tema de por sí insípido para el público en general. Te felicito. joset
17-01-2016 Lo que en otra pluma sería una aburrida descripción llena de oscuros tecnicismos y referencias bibliográficas, tú lo has descubierto y exhibido tal cual de una manera sensilla y hermosa; realmente interesante. Un placer leerte. Pato-Guacalas
17-01-2016 Me rindo ante tu pulso, firme como el de un cirujano, que hace una incisión en el tejido social para develar lo que muchos padecemos sin atrevernos a protestar. Felicitaciones por tan majestuosa pluma. -ZEPOL
17-01-2016 Pusiste a valer un tema, que de otra forma no hubiese leído. Y tanto, que lo usaré en con los estudiantes en una clase en la universidad. Delirium
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