Han de saber que soy una persona que no duerme bien. Tal vez por poseer una de las viejas camas gemelas que por el uso frecuente tiene desgastado el colchón, de tal manera que uno puede sentir a sus espaldas la tiesa madera que mantiene en forma horizontal el breve sueño. La otra cama es ocupada por mi hermano menor en un cuarto contiguo. Mi habitación se ubica en el segundo piso de la casa.
También deben saber que yo he sido desde que recuerdo una persona temerosa y pesimista. Siempre pienso lo peor y a veces exagero las cosas. Cuando en una ocasión mi madre me dijo que ya no fuera tan miedoso, yo le respondí: “No mamá, lo que pasa es que tengo mucha imaginación”.
Pues bien, como siempre, anoche no tenía sueño. Había terminado la tarea que nos encargó el maestro de la secundaria, cuando sentí una leve brisa que entró por la ventana y me dio escalofrío en todo el cuerpo. Me puse chinito. Cerré la ventana sin mirar hacia afuera. Pensé que leer un libro me haría bien y decidí tomar uno al azar. “Ah! ¿porqué tenía que ser éste?”, pensé al ver que eran los cuentos de Allan Poe, pero me dio flojera ir por otro libro. Mientras leía Ligeia, empecé a sentir un vacío en el estómago y decidí bajar a la cocina. Al momento de abrir el refrigerador para tomar la leche, se fue la luz. Sí, cesó la electricidad, se hizo la oscuridad, las tinieblas subieron a la casa. Cerré lentamente la puerta del aparato ese al momento que escuchaba pasos por el corredor del segundo piso, me puse a temblar pues eran leves y lentos como de un ser que no quería caminar, más bien andaba flotando. Recordé que mi madre guarda las velas en la alacena, tomé una y busqué los cerillos, pero no los encontré. Así que me tuve que conformar con la tenue luz de la luna que entraba por la amplia ventana de la sala. Temblando, comencé a caminar atravesándola para llegar a la escalera, la cual en forma extraña se movía cada vez más allá de mi vista. Comencé a sudar y era un sudor frío. La escalera y todos los muebles se iban, se me iban y yo no podía alcanzar alguno para asirme de ellos. Sentí un dedo que me tocó en el hombro, sentí manos que tomaban mis tobillos, escuché voces a mis oídos que decían mi nombre como cuando llamaban a Claudia en “Hasta el viento tiene miedo”, vi en el espejo ovalado la carita de Hugo, “El niño de piedra”, y tuve miedo de continuar, pues la madre de Norman Bates me estaría esperando arriba en la estancia para salir corriendo de su cuarto y agarrarme a cuchilladas, toda la escena vista desde el techo de mi casa. Pero a pesar de todos estos murciélagos que volaban por mi mente, llegué a la escalera, me armé de valor, tomé el primer escalón hacia el infinito mientras mis ojos bailaban la danza del terror: aquella que es de un lado para otro esperando ver la sombra que nos matará del susto. Así, tenso y todo comencé a descender... ¿pero cómo? ¡si yo quería subir!, y es que los escalones iban en dirección contraria a mis deseos. No podía gritar, mi garganta estaba siendo asfixiada por no se qué mano invisible que la apretujaba, mientras yo seguía descendiendo hacia las profundidades. Al final del precipicio vi fuego, mucho fuego. Y yo helado, bien helado. Cada escalón que bajaba, rezaba un misterio del rosario más rápido que las viejitas que vienen por los tamales cada Navidad. Ya iba en los “rueeega por nosotros”, cuando regresó la luz. Y Dios dijo: “Que vuelva la luz”, y la luz se volvió. Todo se iluminó y yo estaba en el pasillo a tres pasos de mi cuarto. Un poco más tranquilo, abrí la puerta. Unos pies escuálidos y blancos se asomaban por entre las cobijas de mi cama. ¿Cómo podía yo estar acostado, si yo estaba de pie? ¿Qué no había ido a tomar leche a la cocina? ¿Qué pesadilla era ésta? ¿Estoy muerto o qué? Sin pensarlo me alejé confundido sin cerrar la puerta. Bajé de nueva cuenta las escaleras y me recosté en un sillón de la sala.
Ya estaba saliendo el sol, cuando con dolor de cabeza por no haber logrado conciliar el sueño, y aturdido aún por no alcanzar a entender qué estaba sucediendo, subí a mi cuarto para cerciorarme de que la pesadilla había terminado. Pero, ¿qué pasa? ¿Porqué no se ha ido este ser de pies delgados? ¿Me he vuelto loco? Lentamente la mano también delgada y sin color de mi hermano salió de entre las cobijas, asomó sus ojos oscuros y me dijo: “Hola, te vine a buscar en la madrugada porque tenía miedo, pero como escuché ruidos allá abajo, me dio más miedo y ya no quise regresar a mi cama”.
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