La otra noche hacía un frio espantoso por lo que me guarecí en la cantina de mi barrio — último refugio de los maridos oprimidos—. Ahí sentado en una mesa se encontraba solitario un conocido. Yo, al notar su expresión triste y como soy de buen corazón quise acompañarlo en su congoja, además ver la posibilidad de “gorrearle” una bebida. Al preguntarle que le pasaba me comentó:
—Mi esposa y yo fuimos al teatro cerca de mi casa, salimos tarde pues la función se alargó y al caminar rumbo a nuestro hogar encontramos que la calle estaba solitaria y una gélida brisa soplaba. De repente apareció un torvo malandro, un gigante de casi dos metros, prieto, de mala catadura que nos amenazó con un enorme machete y nos dijo con voz enronquecida: “la bolsa o la vida”. De inmediato le dije a mi mujer: “vida, vete con el señor”.
— ¿Y qué pasó? —pregunté anhelante.
—Nada —respondió con tristeza—. El cabrón miró a mi consorte, dijo: “Achis” y se fue corriendo.

Lo malo fue que mi interlocutor al terminar de contarme lo anterior se levantó y me dejó solo, sin dispararme ni un mísero trago.