Mi abuelo Eleuterio.
Aquel domingo de Julio, la tarde lloraba su triste atardecer, las gotas de lluvia mojaban mi rostro, la noticia de la muerte de mi abuelo, me entristecía tanto que a pesar de no ser un niño, el amor que sentía por ese hombre sobrepasaba aún al de mis padres, que a pesar de todo aún los amaba.
Eleuterio era su nombre, nacido en Brasil pero criado en Uruguay allá por el año mil ochocientos noventa, era un ser pequeño, de piel blanca y ojos verdosos, que solían mirarme como queriendo atravesar mi mente.
Era el único hombre en mi vida, mi padre me abandonó siendo aún un niño y él me llevó a vivir con él, mi madre para ese entonces ya había desaparecido con alguien que conoció en un bar, así era mi vida hasta que mi abuelo se hizo cargo de mí.
Tendría alrededor de cinco años cuando me fue a buscar y nunca más me separé de él, por eso siento tanto dolor al verlo en su ataúd, más pequeño aún de lo que fue en vida.
Eleuterio no sabía nada de computadoras, ni de celulares ni de toda la nueva tecnología con la que nadie puede vivir sin ella actualmente, pero su mente era la de un empresario, trabajaba de sol a sol en su arrocera, en Treinta y Tres y en su casa nunca faltó nada, me mandó a la escuela y me obligó por decirlo de alguna manera a estudiar, decía que no todos pueden tener la suerte que tuvo, que sin haber ido a la escuela y sin familia, llegó a ser uno de los hombres más ricos del país.
Él me decía que los tiempos habían cambiado mucho pero que la gente era la misma siempre, un buen hombre lo era en cualquier tiempo y un mal hombre también, me enseñó a ser un hombre de bien, con todas las de la ley y ese fue el mayor tesoro que pudo darme, estudié y hoy soy ingeniero agrónomo y superviso mi propio negocio, trabajo en los viñedos que mi abuelo me enseñó a plantar.
Las arroceras hace mucho tiempo que no están, las cambió por la vid y nuestros propios vinos son un éxito.
Mis recuerdos son lo más preciado que tengo de mi abuelo, a pesar de que me dejó todo lo que tenía, en su testamento, las enseñanzas son lo mejor que pudo haberme dejado.
Eleuterio tenía noventa y nueve años, nunca había fumado y lo único que se permitía beber era una copa de vino en la cena y por supuesto del vino elaborado por nosotros, que como él decía, “Lo que se hace con amor, jamás puede hacernos mal”.
Por eso estoy tan triste, sé que es la ley de la vida pero… es difícil encontrar a una persona que tenga y de tanto sin pedir nada a cambio.
Mi vida va a cambiar mucho, sin él, las mañanas de mate amargo y galletas de campaña, antes de ir a trabajar, era ahí, en ese momento que lo aprovechábamos para conversar, él me contaba de sus padres, de mi abuela que había muerto tan joven y a pesar de eso jamás volvió a casarse, hablábamos mucho de mi madre, aunque yo no quisiera, no la recordaba y estaba resentido por su abandono pero él me decía que a la gente hay que saber perdonarla, que cada ser nace con su cruz, la mía fue el haber sido abandonado pero la de ella fue peor, no supo vivir, no le bastaba tener un hijo, vivió en la calle teniendo todo a su disposición y murió como vivió, sola.
Mi padre trató de olvidarse de nosotros y nunca más supe de él, creo que esa también fue su cruz y quizá también merezca ser perdonado.
Eleuterio me decía que él también llevaba su cruz, mi abuela que era lo que más quería en la vida, se marchó siendo muy joven y dejando una hija pequeñita, Dios tenía otros planes para ella.
Quizá por eso él me quiso tanto, vine a llenar el vacío de mi abuela y el de mi madre.
Al entierro y al velatorio acudieron todos los vecinos del pueblo, todos lo querían. Al volver a la casa, el silencio llenaba todo, hasta los perros, se habían acurrucado al lado de la cama de mi abuelo a llorar su pena, ellos sabían que ya no lo volverían a ver.
Esa noche al ir a dormir, no sé si el estrés o el dolor de todo lo ocurrido, me jugó una mala pasada, ni bien cerré los ojos me dormí, pero al poco rato algo me despertó, era mi abuelo, lo veía aunque sabía que no estaba y lo escuchaba, pero no estaba asustado, me dijo que había querido tener una última charla conmigo, que sabía todo el amor que le tuve siempre y me pedía que comenzara a vivir, que formara una familia y que fuera feliz, también me dijo que en ese mismo momento se encontraba rodeado de toda la familia, de su querida Amelia, de sus padres y de su hija que no me preocupara que había llegado su hora y se había ido contento con volver a ver a los que antes que él también se habían ido, en el cielo no hay rencores y las almas son felices.
A la mañana siguiente me desperté diferente y lo noté hasta en los perros, ya no estaban tristes, los dejé salir al patio y ellos también se veían felices.
No sé qué me ocurrió, no creo en fantasmas pero… quizá lo imaginé pero quiero creer que lo de esa noche en realidad no fue un sueño, mi vida va a cambiar, debo honrar la memoria de mi abuelo y quién sabe, quizá si encuentro el amor pueda formar una familia y tener un hijo, creo que mi abuelo estaría muy contento con tener un bisnieto.
Esta tarde voy a reunirme con alguien que estuve eludiendo por tanto tiempo quizá por temor pero que creo que me quiere e intentaré formar una verdadera familia y tal vez, con un poco de suerte mi hijo, se parezca a mi abuelo Eleuterio.
16/10/2015 Omenia
Este también es un cuento, lo único que tiene de real es el nombre, mi abuelo se llamaba Eleuterio.
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