Mientras aquel muchacho vagaba por la engreída vida que corresponde a aquel periodo sublime donde uno es el señor de su cuerpo, de su espíritu pero no de su bolsillo, el globo seguía girando a tantas revoluciones como lo permite un día alrededor del sol, él, con la cresta imponente engominada con un aerosol barato y adulterado, con la camiseta de su grupo favorito y los pantalones rasgados, con la mano derecha se llevaba el cigarrillo a la boca mientras todo lo que pasaba por delante suyo no existía, irreverente e irrelevante en realidad, a paso pausado y de lado, expulsaba un hilillo de humo de entre los labios y creía ser el mismo James Dean en "Rebelde sin causa". Entre la avenida Emancipación y la avenida Wilson se cruzó con Vanessa Rey, la chica popular de aquel bar de Barranco donde todos los músicos se sentían halagados por los generosos tres aplausos que de sus delicadas palmas nacían, la chica del aro en la nariz y los martillos tatuados en el delicioso hombro izquierdo, la chica de la seriedad perpetua pero coqueta. Al cruzarse ambos, el planeta dejo de girar para uno, para él, sonrojado y nervioso dejo caer el cigarrillo y al tratar de agarrarlo se quemó el dedo índice, ardió, el paso apuró con gran descoordinación, obnubilado y despreciado cruzó la pista sin percatarse del furioso tráfico de hora punta y dela luz roja en el semáforo, ella ni siquiera se percató de su presencia, para ella no existió y no existiría nunca, continuó con el andar petulante que la belleza permite, de esto el muchacho adolescente no pudo sobrevivir y su figura se desvaneció mezclándose con la poluta de humo que genero su propio cigarrillo al caer al ennegrecido suelo que nunca más volvería a pisar. |