¿Cómo podía yo imaginarme que aquella sería nuestra última cita en el “Chop Suey”? Si hubiera sido consciente de ello, si hubiera sido consciente de que no volveríamos a vernos, desde luego que no habría dudado lo más mínimo en decirle lo mucho que la quería. Sin embargo, aquella tarde sólo hablamos de frivolidades: de trapitos y chismorreos. Supongo que las grandes palabras se reservan para las grandes ocasiones y cómo iba yo a saber… Sofía y yo siempre habíamos sido inseparables. No sólo era mi hermana. Era mi compañera, mi cómplice, mi confidente. La adoraba. Ahora mi vida está vacía, carece completamente de sentido. Desde pequeñas, lo compartimos todo: juegos, anhelos, esperanzas… Sin embargo, no sé, creo que hay ciertas cosas que no se pueden compartir. La primera vez que atisbé alguna sospecha, la rechacé de plano y me sentí culpable durante una buena temporada. Pero el amor es un fuego difícil de sofocar. Sus llamas son muy altas y muy visibles. Todo les delataba: la forma de saludarse, de mirarse, de sonreírse… Cuando la evidencia fue abrumadora, no tuvo más remedio que admitir que mantenía una relación con mi marido. Supongo que todo el mundo habría hecho lo mismo en mi lugar. A veces me entran remordimientos.