Cada tarde de invierno, a la hora en que llegaba el cansancio a los ojitos de Fermín, él me pedía que lo envolviera en Mickey, que no era otra cosa que una gran manta con el dibujo de Mickey Mouse.
Envuelto como una empanada, con su almohadita acomodada bajo su cabeza, descansaba en mis brazos, y me pedía, el cuento para dormir, el cuento del dragón. Los dos en el sillón nos adentrábamos en la historia.
Siempre con las mismas palabras, el cuento trataba de un dragón…
Un raro, enorme y arrugado dragón, vivía en las afueras de un bosque de pinos. Andaba siempre solo, sobrevolaba las copas de los árboles, buscando algún amigo, pero nunca encontraba a nadie. Lo que ocurría es que todos los seres del bosque tenían mucho miedo de él, y se escondían. Miedo a que les tirara fuego por su boca, miedo de sus alas y cola inmensas. Miedo de sus patas que parecían de una gallina gigante. Hasta que un día el dragón encontró a un pequeño duende en el bosque. El duende le contó del miedo que despertaba en todos. El dragón le dijo que él no era malo, que estaba sólo, que toda su familia ya se había ido, y quedaba sólo él, deseaba tener un amigo con quién conversar, con quien jugar. El duende vio sus ojos y le creyó. Entonces el dragón invitó al duende a subir a su lomo, y a llevarlo volando a conocer su casa.
Levantó enseguida el vuelo desplegando unas enormes alas como de cartón. El duende se maravilló al ver todo el bosque desde arriba, los campos verdes, el río desde lejos, todo era muy hermoso, él nunca había visto algo así. Quedó muy maravillado y agradecido al dragón.
El dragón llevó luego al duende a su casa, que estaba en la torre de un antiguo castillo lujoso y enorme. Eso decía el dragón, porque para el duende era un antiguo molino de molienda de trigo, abandonado hacía mucho tiempo.
Así no era, dice Fermín, tienes razón digo, lo del molino lo agregué ahora, perdón. Debo recordar cada parte. No debo agregar ni quitar un detalle, él parece dormido pero sigue la historia paso a paso. Volvamos al cuento entonces…
El dragón en su castillo mostró al duende toda su casa, lo invitó con un té, charlaron, se rieron y luego regresaron al bosque.
El duende quedó tan feliz de haber conocido al verdadero dragón, que se hicieron muy amigos, y desde ese día, se repitieron los encuentros de estos amigos.
Bueno, Fermín, ¿estás dormidito?
No, todavía no, ahora contame el cuento de Olivia…. me dice aún con sus ojos grandes.
Bueno le digo. Si hay algo que me encanta es contarle con ritmo cada vez mas lento, el cuento de Olivia.
Olivia es una gata muy dulce, muuuuy negra, muy suave. Tiene bigotes largos, orejitas muy paradas, y una cola larga, larga. Olivia es muy traviesa, le gusta salir por la ventana, y le digo, las cortinas noooooo, y ella sale al jardín. De pronto, vuelve y está cansada. Se acurruca cerca mío, se acomoda suavemente, como vos ahora, entrecierra los ojitos, igual que vos Fermín, y enciende un motorcito…. Rrrrrrr rrrrrrrrrrrrrrrr rrrrrrrrrrrrrrrr, hasta estar dormida.
Lo beso y lo dejo dormido en su cuna, hasta su hermoso despertar. Será cuando deba contar nuevas historias para Fermín.
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