Te he buscado cielo, mar y tierra.
Por las mañanas siempre quise encontrarte. No te hallé en los compañeros de juego, tampoco estuviste en los labios que besé en la adolescencia. Pasé mis veranos entre libros buscándote. En las tardes te busqué religiosamente en un altar, en la cruz, en un pedestal, en un amigo o pariente, cercano o lejano. Pero no, no estabas ahí.
Hoy, que la noche está por llegar, te encontré. Al encender esta última vela veo tu figura, algo cansada, algo melancólica. Y me miras con esos ojos que yo ya conocía, pero que nunca quise ver de frente. Mi mano se extiende para tocarte, acariciarte. Una lágrima brota. No llores, te digo, me dices. Veo que mis canas, tus canas, ya son más que ayer. Fuera de eso, tu cara, mi cara, sigue siendo la misma. Y mi sonrisa, tu sonrisa, aparece en el espejo.
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