Tu amor
es luz en las penumbras
que oscilan la conciencia,
encantador ruiseñor
que tomas el néctar de mi flor
donde los matices del universo
integran su silueta.
-Que los sentimientos sean un faro
en las profundidades dormidas del corazón- recitó el dulce poeta perturbado.
-Que tus labios me salven de mi cruz,
cuando los besos hayan podrido los perfumes estivales del amor- renegó el poeta, frente al diablo que de ser un santo lo redimió.
-¡Que la vida mía, entera te la doy!, porque he de pagar el precio de morir en la brevedad de mi aurora por tenerte entre mis brazos a estas horas,
pagaré con mi sangre toda una vida de sufrimiento y deshonra- prometió el poeta a su amada, que languidecía de pura ira y sensualidades reprimidas.
¡Ay, dulce amor que volverás tan pronto
que no llegaré a extrañarte!,
te guardaré en las profundidades de mi corazón
y los sentimientos
serán un faro que guiarán tus pasos,
cuando los demonios quieran pervertir tu alma
y te cubran el corazón de cicatrices y lazos.
Amor de mi vida,
serás tristeza en la noche perdida,
serás cráter en la luna solitaria,
serás en la ramificación de mis venas,
sangre caliente por los jugos de la existencia
que amanecida en las praderas
ante el sol se desnudaba.
-Que la brutalidad me condene,
que la desmesura me acobije.
Robaré, como vil ratero, a los ángeles misericordiosos,
los profundos ojos que te han ofrendado,
diosa desterrada del paraíso religioso- declaró loco y afiebrado, el poeta de los malditos y los desterrados.
-Quemaré entre mis manos
los versos,
los besos,
los sexos,
los rezos que mis labios le hicieron a la talla de tu cuerpo- se arrodilló el poeta, ante la muerte lenta de las estrellas que tiritaban de lejanía, en el pedestal de su firmamento altivo.
-Te quemaré en la pasión de mis días,
hasta que en cenizas se reduzca lo que hemos SIDO,
en esta puerca residencia que fue la vida.
¡Te quemaré y serás ceniza!
Las golondrinas migraran hacia la mar oscura llevando el elixir de nuestra esencia, donde descansan los deseos retorcidos de los amantes que se han revelado contra la imposición de las emociones estériles y pasivas- concluyó el poeta, entre rabietas y silencios que abortaban su decencia.
Desde el fango contempló a su muerte con una febril sonrisa, pues, ¡había amado! y en toda su plenitud la libertad le había penetrado, y destrozando su cráneo, la conciencia fue lecho para los versos que Anthuan, el poeta, en la búsqueda de su destino había bordado.
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