Mi nombre es Alfredo, pero no lo uso, no más para formalidades lo tengo, tengo como un nombrecillo alternativo, como una chapa de nacimiento, desde chico, pero yo no lo inventé, me llego solito, me lo dijeron así no más los amigos y mis tios… El Fredy me pusieron, y de por vida me estamparon un pseudónimo, entre simplón y medio artístico, y por embromarme no más, porque el otro parece que suena muy largo y elegante, es que en el barrio del que vengo, en la pichanga, y todo el peluseo callejero, seguro que no junta ni pega llamarse Alfredo Ignacio, y así al final me acostumbré, y el equipo completo de pelusas me buscaba con el grito matutino de la calle para irnos a la cancha, ahí desde las diez de la mañana ya era El Fredy hasta las ocho, y mi mamá se acostumbró, y mis hermanos se acostumbraron, y los vecinos, y en la escuela, y las pololas, y también en los boliches, en las esquinas con el perro y el gato…
Bueno, Alfredo no es que no me guste, pero es como que ya no existe, o es un rumor lejano, como el Run Run de la Violeta, un nombre que se fue y no sé cuándo vendrá, nada más cuando me retan lo recuerdo, generalmente una mujer con sus razones, regresa mi nombre a apuñalarme por la espalda, como un balde de agua fría en decibeles escalofriantes… Entonces, ALFREDO IGNACIO!!! ya no suena tan largo y elegante, sino retumba poderoso como un trueno y todavía más terrible si me desentiendo, entonces El Fredy se vuelve pequeñito y se hace el loco y desaparece por completo, dejándome pagar a mi los platos rotos... es un canalla el muy maldito!