quisiera decirle
a las mujeres de mi vida
a las que quise con la misma suerte
injusta y eterna
de cualquiera que haya amado
lo jodidamente agradecido que estoy de cada una
por todos los despertares, insurrectos,
a la soledad colectiva
a esa soledad polvorienta e indigna
de tráfico y apuros
de ojos rojos de espanto y sin sentido, amanecidos;

agradecerles, por los momentos del sexo florido
donde la conciencia era apenas un naufrago
como nosotros, encontrándonos, de tanto en tanto
en aquel archipiélago de sentires sin preguntas.

aclararles,
que yo no les dedico estas letras
sino que vengo a ser dedicación
de algo entregado hace un tiempo,
en aquel tiempo en que el sol salía
en nuestras vidas
antes de que nosotros saliéramos también
y que extraño ese café de nuestras mañanas
que no era una costumbre cotidiana
sino un refugio natural
antes de enfrentar la desdicha
de perder la intimidad en que nos sabíamos
para adentrarnos en la rutina
y volver a ser parte de
los transeúntes, tan anónimos

quisiera disculparme de paso
por no haberles aclarado ni aclararme
que el amor eterno es siempre a plazo fijo
aunque halla algunos
que tengan fijeza en la eternidad
y en todos ellos valen la promesas
valen los encuentro y desencuentros
que solo son pretexto para hallarnos
aunque ahora sea en el recuerdo
aunque la memoria se vuelva algarabía
y nos permitamos alguna vez la licencia
de recordar en plural
aquello que quemó por una vez,
de forma única.

j. u.

a las mujeres de mi vida.