Para Juan Cruz y Sebastián
Pensaba en vos mientras escribía estas líneas, ¡en ustedes (dos) pensaba!
Además de la sangre, nos unía la misma enfermedad en el alma, el mismo dolor que nos quitaba el oxígeno, de la vida, en las mañanas estivales y nos revolvía las entrañas; nos reconocíamos en el silencio palpitante de nuestras miradas; nos unía la orfandad de la infancia, estábamos bien jodidos, hermanos queridos, pero en las adversidades debíamos de encontrar nuestro verdadero sentido.
Llegamos a esta vida porque no nos quedaba de otra, vomitados y exiliados, niños con la mirada de la adulta y precoz melancolía, nadie nos esperaba, nos nos habían anhelado ni deseado, y todo debía de costearnos a lo largo de nuestra existencia.
Puta cobardía que nos iba languideciendo el semblante de la rebeldía, necesita que no se rindan, porque no soportaría otra pérdida, no deseaba la soledad absoluta, habíamos resucitado entre el hambre y la marginación, sobrevivimos con un Dios dormido a nuestro lado y un Demonio susurrando al oído.
Hay dolores, en la vida, que permanecerán hasta que hayan culminado con nuestra muerte, hay sufrimientos que no tendrán redención en el Edén de los elegidos, pensé que iban a salvarse de la mugre del mundo, pensé que iban a SALVARSE, pero los demonios crecen junto con nuestra edad cronológica y dan festín a la mediocridad de nuestras acciones y enjaulan a la conciencia de un alma invadida.
Los recuerdos retorcían a mi memoria desintegrándola en todo lo que hubiera podido ser ¡y Dios! Dios no estuvo, fuimos expulsados del paraíso y a los tumbos construimos lo que sería nuestro destino.
Yo aprendí a escribir como hábito de salvación, un día despertó la conciencia y ahuyentó a los puercos demonios que habían hecho un basurero de mi interior, un día me reconocí entre mis defectos y equivocaciones...
¡Ay, joder! necesitaba una mínima consideración de su parte, habíamos salido del mismo agujero existencial, mamado del mismo pecho, saboreado los mismos senos, habíamos sido abofeteados por la misma mano, blasfemados por los mismos labios, rechazados por la misma que nos albergó entre sus piernas... pues es que necesitaba que no se rindan, porque ustedes eran lo más preciado que YO tenía.
¡Y ya!, no reincidiré en las despedidas. |