Debo ser sincero contigo, el motivo por el que quería atar tus muñecas y tus tobillos a la cama de ese hotel con una cinta de regalo rosa no era otro que intentar conservar tu imagen, quieta, expectante, para eso, yo, a cierta distancia, te observaría mientras tú no serías capaz por la venda que tapaba tus ojos. Sin embargo, me ha resultado imposible.

Mientras lo preparaba, creía que mantendría la sangre fría necesaria para recorrer con calma tu piel, sin resbalarme, sin tropiezos, que podría conservar el paso firme del caminante para deleitarme con calma ante el paisaje. En lugar de eso, me he sumergido como un buceador que ignora en un momento dado dónde se encuentra la superficie y dónde el fondo. Yo boqueaba tratando de recuperar la orientación con las burbujas que salieran de mi boca, pero en lugar de eso, tu rostro, un omnipresente rostro ya desprovisto de venda me cubría por completo.

He tenido que fumar antes de subir a casa porque notaba que mi aliento aún emanaba tu esencia. Mis pulmones aún no se habían habituado al oxígeno y seguía exhalando tu carne. Ahora pienso en Dios, ahora creo que debe de existir porque llegara un día cuando me lo arrebate todo. Porque es imposible sentir tanta dicha sin culpa, porque no puedo volver siempre a casa y que tus caricias aún conserven mi felicidad, porque atisbo el castigo a mi pecado. Que todo permanezca igual, pero tú no estés.