Ayer cumpli años -setenta- y este es mi regalo para el niño que amo.
Cuando Rubén cumplió seis años, su primo Enrique, por primera vez, lo llevó al monte. Vistió con camisa de manga larga, un sombrero de palma y unas botas que le llegaban por debajo de las rodillas. En el camino vio sembradíos de maíz, y en algunas partes fangosas crecían vainas que bailaban con el viento. En la punta se hacía gruesa, de tal manera que parecían cohetes de los que explotan en el cielo y lo pintan de colores brillantes.
—La almohada que tienes está hecha de esa planta que ves. ¿Recuerdas cuando llevé un manojo de esas vainas a la casa? Mamá Camila las puso al sol y después de tres días, sacó de las bolsitas una pelusa con la que llenó un saco de tela. Así se hacen frescas y suaves las almohadas. Explicó Enrique a Rubén.
A medida que avanzaban, la maleza se hacía tupida. Enrique sacó el machete para abrirse camino pues las enredaderas reptaban por los arbustos y brincaban hacia los árboles, las ramas se tocaban, y de los tallos descendían lianas que se enroscaban como si fuesen serpientes. Lo que más sorprendió a Rubén fue que de los tallos altos salían raíces que parecían barbas verdes y rizadas que llegaban hasta el suelo para perderse entre la hierba.
— ¡Ten cuidado!, gritó Enrique, —fíjate bien donde pones la mano, pues nunca sabes qué está escondido. ¿Qué quieres hacer?
—Tocar.
Enrique tomó el machete lo introdujo entre las barbas y las sacudió.
-Ahora sí, ¡puedes tocarlas!
Eran duras, largas, verde opacas y llenas de retoños, y al estirarlas crecían más que las reglas que usaba en la escuela. Rubén regresó con otros ojos.
Semanas después pasó una muchacha a saludar a mamá Camila y preguntando por Enrique, tomó al niño de la barbilla, rascó su cabeza y le dijo.
—Hoy me enseñaron la raíz cuadrada.
A Rubén le llegó la imagen del monte. Vio tantas raíces, pero nunca una que fuese cuadrada. ¿Cómo sería ésta?
Por la noche, pensó en ella y nunca pudo imaginar una raíz cuadrada. Bueno, si lo hizo, pero no le cabía en la cabeza. La soñó como si fuesen los dados que aventaba en el juego de la escalera y no pudo dejar de reírse en el sueño; tanto, que su madre se levantó y lo cubrió con la frazada pensando que tenía frío.
Por la mañana, le dijo a su mamá.
-¡Quiero conocer la raíz cuadrada!
Su mamá no supo qué decirle, pues ella no sabía lo que era. Así que sólo le contestó que se esperara hasta que llegase su primo Enrique. Por la noche esperó, pero le ganó el sueño y muy en la mañana fue directo al cuarto del primo, pero él ya se había ido. En la noche se prometió estar despierto hasta que llegará.
Cuando el sueño lo zarandeaba, corría al lavabo y se untaba agua fría en los ojos. Escuchó los pasos de Enrique y corrió a su encuentro.
— ¡Quiero conocer la raíz cuadrada!
Quedó su primo perturbado y silencioso. Se sentó en la cama, bostezó y sintiendo los dedos del niño en sus hombros, volvió a escuchar.
— ¡Quiero que me enseñes la raíz cuadrada!
—Estás peque, no la entenderías.
Tanta fue su insistencia que al primo no le quedó otra que buscar un cuaderno y sentarlo en la mesa. Cuando Enrique terminó la explicación.
—Esto no es la raíz cuadrada. Esto es aritmética –dijo Rubén.
La raíz cuadrada debe ser diferente y debe de estar más allá del monte, pensó antes de quedarse dormido. |