Existe más de una manera de hacer el amor. No hablo de poses o de técnicas kamasutricas, hablo de cuando la veo a los ojos, cuando aprecio su manera de hacer cada cosa y puedo sentir que la toco en lo más profundo, sin estar necesariamente exprimiendo su sexo.
Sudando, trato de escribir con su cabello y tatuar en su espalda mi marca. Resbalamos, caemos. Bajamos y subimos en una extraña danza ancestral. Su boca me toca, y parece que con ella le diera forma a mis contornos, a mi hombría. Las sombrías ojeras que son muestras del constante trasnochar al que sometemos nuestros cuerpos hambrientos el uno de otro. Pequeña, dulcinea. Fluimos al mismo ritmo, y recobro la cordura, si, la cordura que perdí cuando jugábamos a mirarnos fijamente. Soy consciente de que me miente. No soy el único que goza de su juventud, un cliente más, pero estoy dispuesto a pagar el precio cada noche si es necesario, para tenerla cerca, para que no me olvide. Terca, terquísima mujer que me vuelve loco, mejor dicho, que me vuelve cuerdo o un cerdo libidinoso. Muerdo su oreja, la nalgueo fuertemente y ella chilla agradecida |