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Ayer lo vi. Yo estaba platicando afuera de la casa de una amiga, recargada en el auto de sus papás, cuando él venía caminando. “Ahí viene el monigote”, dije. “Se puso muy guapo” dijo ella. Tenía más de tres años de no verlo. Yo le miré con sonrisa burlona y él no pudo disimular la sorpresa al verme embarazada a mis diecisiete años. Pasó frente a nosotros y se perdió entre las calles de más arriba, por la plaza grande.

Después de cenar, fui a recostarme en mi cuarto. Mi abuela me había regañado, como siempre, por llegar tarde a casa, por lo que no tenía ganas de ver la novela con ella. Soñé con él. Estaba en la secundaria y al salir, el monigote estaba platicando con Soledad, amiga mía de ese entonces. Los sueños son muy raros, estás aquí, luego en otra parte, y así de momento recuerdo que ya estaba bajo el árbol a dos cuadras de la casa, con un sol de las dos de la tarde arriba de nosotros y él diciéndome al oído: siempre me has gustado. No recuerdo más, pero su imagen se quedó grabada y la traigo ahorita mismo en mi cabeza, mientras escribo estas notas.

Le puse “el monigote” porque cada domingo se paraba muy atrás de las bancas de la iglesia. Bien vestido, con camisas tipo polo y sus jeans de marca. Con cabello muy corto y de mirada profunda pero altiva. No decía nada, solo me miraba, muy quieto. Yo volteaba y él, desde el “bienvenidos a la casa de Dios” hasta el “podemos irnos en paz”, seguía ahí. Al terminar la misa, yo salía y pasaba a su lado. No era coqueto, era mamón, digo yo. Se creía mucho. Tenía su grupo de amigos de la preparatoria, dos o tres de la cuadra de abajo, i-gua-li-tos. ¿Por qué me veía? ¿Por qué no me hablaba?

No fue sino hasta tiempo después que le dije a Ramón, vecino mío y compañero de él de las clases de Tae-Kwon-Do, que le hablara y me lo presentara. Y al fin nos citamos. Era el tipo más serio que conozco, no puede ser, Dios mío, qué cosa tan espantosa. Y aburrido además. Me llevó a caminar hacia las casas que estaban construyendo en ese entonces por la avenida. Anduvimos por entre las calles oscuras de lo que sería la nueva colonia y me dijo: “Quiero decirte algo”. Y yo: “Sí, ¿qué?” Y no dijo nada. Caminamos solamente y yo pensaba: “A qué hora me va a besar este wey” Nada sucedió. “Bueno adiós”, le dije cuando me dejó en la esquina de mi casa.

Los recuerdos son borrosos, siempre es así. Sólo lo que tu mente quiere guardar, se graba, congela la imagen y la archiva para el momento en que alguno de tus sentidos vaya a rescatarla al almacén de tu memoria. Así me siento ahorita con su recuerdo. Y yo embarazada, dejada y sola, en casa de esta abuela, que la quiero mucho pero que no pudo conmigo, eso le dijo al monigote cuando se lo encontró un día de tantos y él pregunto por mí: “Soy amigo de Yesenia, ¿Cómo le va? ¿Cómo está ella?” Mi abuela me lo contó al llegar. Claro, al verlo con los libros de la universidad, el monigote le gustó para novio de su nieta que soy yo.

¿Y de quien es el niño? De Rubén, el de la camioneta, el de la quinta, a donde íbamos un grupo de amigos muy regularmente los sábados, tomábamos cerveza, jugábamos en la alberca y le amanecíamos. Pues me enamoré de él, de su manera de hablar, de su coraje para partirle la madre a cualquiera, de su desfachatez para hacer las cosas. ¡Ah, y también besaba muy rico! Tan rico que nos pasamos de la raya y ahora he aquí que tengo este vientre inflamado donde se mueve algo dentro.

Cuando piensas que todo está bien, la vida te tiene otros caminos y de un día para otro, cambia. El cielo se nubla o viceversa. Y a mí me llegó la tormenta. Eso dice la abuela, me llevó la chingada. Porque a Rubén y a otro de sus amigos, se les ocurrió meterse a un Oxxo, llevarse un veinticuatro sin pagar, y que los pesca una granadera. Y ahí está, que no pueden salir, que no tienen abogado, y que las cosas van para largo, y yo cada vez más gorda.

Hoy a mediodía, en medio de este embrujo melancólico con el que me desperté por la mañana, causante de que ahora me encuentre acostada en la cama escribiendo estos párrafos perdidos en el tiempo, la abuela me mandó al mercado. Entre ropa usada, películas piratas y otras cosas, vi al monigote escogiendo unas playeras. Al verme, me sonrió tiernamente. Pero solo eso, luego siguió caminando entre los puestos hasta que lo perdí de vista cuando una vecina me agarró la panza, me sobó y me dijo no sé cuántas cosas y no me soltaba de la emoción.

No sé quién vaya a leer esto, pero le hablaré al viento por lo pronto de lo que me calienta el alma en estos instantes: la verdad, siento algo dentro, no sé qué es, pero me pone a pensar que puedo hacer algo, debo hacer algo por mí, por el hijo que viene, ahora que sé que Rubén no va a estar por acá, ahora que la vida ha puesto ante mi vista al monigote ese. Digo, feo no es y la abuela ya ven, nunca pudo conmigo.

Texto agregado el 05-01-2016, y leído por 107 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-01-2016 Bueno, muy descriptivo; tierno. Manejaste muy bien el equilibio emocional. Atrapa. Final como se debe. Pato-Guacalas
05-01-2016 Sí,házlo,porque asumes tu realidad con valentía y aplomo.Un texto bien elaborado,coherente y que deja su enseñanza.UN ABRAZO. GAFER
 
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