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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 31.

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Capítulo 31: “A las Costas de la Muerte”.
Nota de Autora:
Hola, mis bienamados. Antes de que comencéis a darme de tomatazos (que admito, me los merezco todos y cada uno), debo de daros una excusa decente a por qué no he publicado en… cinco meses (joder, ¡qué rápido que pasa el tiempo!). Pues primero mi madre me puso a estudiar una semana antes de regresar a clases (y pude actualizar el capítulo pasado porque me dio el último domingo de vacaciones libre). Luego de eso entré a clases y todo mi tiempo libre (de por sí escaso, muy escaso) lo dediqué a estudiar mi amada química y a aprender alemán. El primero de junio, luego, comenzó el paro de profesores y hasta el domingo pasado estudié química hasta aburrirme (a quién engaño, la química no podría aburrirme así pasaran un millón de años). Me di libre dos días (me lo merecía, ¿no?) y me puse a estudiar matemáticas (aunque he estado bien vaga, estudio un día y holgazaneo el siguiente)… finalmente no he podido con mi genio y me he puesto a escribir. Os pido disculpas por la tardanza.
¿Os soy franca? Estoy aterrorizada. El último capítulo… el episodio que llevo más de dos años pensando, aquel que se reproduce una y otra vez en mi cabeza y no sé cómo escribirlo… Debo admitir que yo misma estoy descolgada de mi historia, quizá me tarde otro poco más en repasarla para hacer que las estrategias tengan coherencia entre sí y salga algo realmente inolvidable de aquí. ¿Os soy franca? Estoy llorando… me da pavor terminar esto, siento como si una parte de mí misma se estuviese desvaneciendo… nunca más volveré a ver a Liselot ni a mi adorado Lodewijk (de todos mis personajes es mi favorito) ni a las gemelas ni a la sensual Naomie ni al brujo maldito de Sheefnek ni al adorable Aloin (admitid que era tierno)… bueno, al menos no en la historia original… tengo una serie de Altern Universe ya a medio trazar, es que es imposible separarse de personajes que uno ha querido tanto durante dos años y medio así como así.
En fin, ya ha concluido el minuto sentimental de Mariette Sparrow, espero que disfrutéis este capítulo y que al final merezca la pena tanto esfuerzo, tanta espera y sobre todo, tanto tiempo. El tema de capítulo, nunca creí que llegaría el día en que diría esto, después de tanto reservarlo para esta ocasión, es “A Costa da Morte” de Mägo de Oz.
No sé qué más deciros, sólo que os quiero muchísimo y que os agradezco montones haber compartido al otro lado de una laptop momentos sin duda tan importantes para mí… Gracias por todo, nos volveremos a encontrar algún día… Espero disfrutéis este capítulo y luego el epílogo.
Casi cinco meses después…
¡Valar morghulis, estimados individuos! ¿Qué ha sido de vuestras vidas? La buena de Mariette ha estado bien, gracias por preguntar… En realidad estoy con recuperaciones, hasta el 15 de enero del año que viene –el sueño de mi vida, a que no….- y, pues, en vista y considerando de que ya no tengo ni pruebas ni clases decentes –a menudo ni siquiera profesores ni compañeros en la sala-, he decidido dar, oficialmente por cerrado mi año escolar y… vosotros sabéis lo que significa… ¡Oh, sí! ¡Le habéis acertado! Eso significa que comienza la temporada literaria 2015-2016, señores; y no significa sólo eso, significa además que Mariette Sparrow estará de cabeza frente a la computadora tipeando todas sus deudas –que vaya que son varias; terminar La Leyenda del Holandés, escribir fanfics, terminar otros tantos fanfics, pasar al computador todo lo que escribí en papel este año, empezar el segundo volumen de Brisingamen… ¡Oh, joder, que me he ido de la lengua! En fin, ¿queréis que siga?- y que terminará La Leyenda del Holandés Errante –que ya era hora, ¡joder!-.
Así que, sin más preámbulos, me pongo a releer –que después de tantos meses uno ya se olvida de en qué parte de la historia iba y, pues, si queremos que tenga sentido la estrategia, las figuras bélicas y demás… hay que releer al menos cinco capítulos hacia atrás-. Y quizá algún día, de aquí a final de diciembre –y que os doy mi palabra de escritora, fijaos lo que es eso- esté el capítulo que tanto hemos esperado –al menos yo, no sé vosotros… pero al menos a mí me sigue causando una ansiedad impresionante este episodio…-. Así que, sin más, tened paciencia y… disfrutad… Valar morghulis, todos los hombres deben morir…
Cinco días después… He tenido que leerme desde el capítulo diecinueve para poder coger nuevamente los hilos de la historia –os aviso que este capítulo poco y nada tendrá que ver con los anteriores, era más que nada para no contradecirme en el relato- y finalmente he terminado… la hora se acerca.
P.S.: Y hoy, en recomendaciones cinematográficas de Mariette Sparrow tenemos (redoble de tambores) ¡Drácula: Untold! (fanfarria y aplausos) pedazo de película aquella, que en serio, tenéis que verla.

DOS SEMANAS DESPUÉS….
No he cumplido mi palabra, lo sé… pero… aquí está el capítulo. Paso a recomendaros también “El Manicomio de Eliza”, vedla, tenéis que hacerlo.
La niebla cubría completamente todo. La bruma, de un color blanquecino, parecía envolver el ambiente, ser una nueva forma de aire. Era imposible ver apenas a medio palmo de distancia. La neblina, húmeda, daba la impresión de que se colaba en los ojos, y tampoco es que sirviese de mucho mantenerlos abiertos.
La quietud era abrumante, desesperante, presagiaba la tormenta y hacía correr el pavor en la sangre de los hombres. No había viento. No había sol. No había luna. No había siquiera un miserable claro de luz en el aire. Las velas flácidas, los cascos apenas moviéndose. Ni un ruido, ni un graznido, ni un chapoteo. Ni siquiera una lejana respiración se percibía en el ambiente. Todo quieto. Todo blanco. La neblina envolviéndolo todo.
-Nunca los mares de China fueron así-dijo Lodewijk parado en la proa junto a Liselot, arrebujado en su cazadora de cuero negro, lo único que le quedaba de su antigua vida.
-Ni siquiera en invierno-afirmó ella. Ambos guardaron silencio.
Lodewijk saltó proa abajo y sus pasos firmes, duros, chocando contra la cubierta metálica del Evertsen, fueron lo único que resonó en el abismo imperante, como un tambor acompasado el día del Juicio Final. Liselot bajó acto seguido. De por sí era peligroso estar en la borda en esa extraña niebla, estar sola en esas condiciones, sin nadie de quien aferrarse, era un suicidio. Siguió a Lodewijk al trote para no perderle de vista y caminó a su lado sin mediar palabra. Cruzaron la trampilla hacia las subcubiertas y entraron en la Cabina de Mando. Dentro trabajaban Linda Freeman y su equipo haciendo todo lo posible por seguir las instrucciones que traían de la otra nave, e intentando no perder contacto con el resto de la flota. El muchacho caminó hacia el ventanal y miró la insondable blancura a su alrededor.
-¿No te parece raro, Liss?-preguntó, aunque su pregunta más parecía una afirmación que una verdadera pregunta. Liselot caminó hacia él y miró a través del vidrio esperando que él completara lo que quería decir, lo cual no sucedió.
-Sí, lo es-dijo mirando la niebla rellenar cada espacio libre. Todo era demasiado extraño, tanto que había acabado por acostumbrarse a ese ambiente enrarecido y le costaba imaginar a lo que Lodewijk quería llegar.
-¡Ay, Liss!-dijo Lodewijk con aire pausado, por primera vez en años la tristeza cubría su mirada. Volteó a mirarla-. ¿Acaso no has pensado en qué clase de locura nos hemos venido a meter?-las palabras, una a una se retuvieron en la garganta de la jovencita; su amigo avanzaba hacia ella, con un aire grave que hacía mucho tiempo no le veía, sus ojos eran el cuervo de un mal presagio-. Liss-dijo él acomodándole el cabello detrás de la oreja-, ¿te has preguntado alguna vez qué estamos haciendo?- su voz se fortaleció sin perder su dulzura- ¿Qué hacemos siguiendo órdenes de otra persona? ¿Dónde vamos a acabar luego de todo esto?- Liselot prefirió no contestar, una verdad volaba entre esas palabras; Lodewijk era la única persona capaz de hacerla callar-. Liss, ¿sabes siquiera a dónde vamos?
La última nota de aquellas palabras tan ciertas resonó en el aire. Los ojos de Lodewijk aún encerraban tristeza, ya casi resignación, como no los hubo en mucho tiempo, desde su niñez, cuando era un crío solitario y larguirucho que apenas si tenía una amiga, una amiga de nombre Liselot… una amiga que ahora era incapaz de dar una respuesta. Y es que, ¿qué respuesta le iba a dar? ¿Acaso quedaba una verdad sin decir? Entre sus millones de preguntas, Lodewijk había dado todas las respuestas, le había mostrado que estaban llegando al límite de su mapa, pero esta vez era un mapa que no podrían expandir; era el límite de todo y algún día tenía que llegar, ¿pero por qué tan pronto? ¿Por qué así?
-Disculpen-sonó la voz de contralto de Linda Freeman, quien se había acercado a ellos sigilosamente. Sus ojos también encerraban dolor. Ese fue el momento en que Liselot notó que la mirada de quienes por muchos años fuesen sus camaradas y familia se habían apagado. En aquellas pupilas sólo galopaba la resignación de cumplir con el deber para el cual habían sido educados, la resignación que se ve en los ojos de quien quiere escapar, pero no sabe hacer otra cosa que no sea obedecer. Y, para su desgracia, ese fue el momento en que notó el destino al que los había arrastrado, con sólo su voluntad, sin siquiera notarlo, al sellar ese trato con Anne Bonny; pero ya era demasiado tarde, ya no servía de nada.
-¿Sí?-escuchó, como a través de una burbuja, la voz ronca y fría, que tanto le gustaba, de Lodewijk.
-Seguimos en contacto con la flota de la capitana Bonny, nos ha indicado virar al norte-dijo. Por unos segundos toda la cabina pareció detenerse y, de la nada, Liselot se encontró con al menos dos pares de ojos mirándola expectante.
-¡Claro! Seguid el curso-dijo a Linda, quien se alejó a obedecer la orden, que no hacía más que arrojarlos un pasito más a su infierno. Si había una mínima posibilidad de huir, Liselot acababa de hacerla arder. Lodewijk se volteó a mirarla cuando quedaron solos otra vez y en los ojos de su amiga había algo que le partió el alma: madurez, finalmente, Liselot Van der Decken había despertado.
La joven salió del puente de mando, nadie de quienes trabajaban en ese lugar en esos momentos pareció notarlo: estaban demasiado ocupados en cumplir sus nefastas órdenes. Su amigo la siguió, más por instinto que por cualquier otra cosa: cuando la tristeza la embargaba, las pocas veces que lograba hacerlo, nadie mejor que él podía saber que era capaz de las locuras más escalofriantes que pudieran pasársele por la mente y, a menudo, ella era su propia víctima. Ambos entraron en el camarote de la joven capitana, el muchacho cerró la puerta tras de sí y se limitó a sentarse en la cama –deshecha como siempre- junto a ella y abrazarla en completo silencio. Estuvieron así unos minutos que les parecieron eternos. Cuando toda esa extraña aventura parecía ser sólo los vapores de una extraña droga desvaneciéndose a su alrededor, Liselot se paró, con la mirada fija al frente y caminó hacia un punto de la habitación presa del pasmo, como si estuviera viendo una alucinación.
-¿Liss?-preguntó Lodewijk, parándose tras ella ligeramente.
-¿Naomie?-susurró la voz de Liselot, parecía provenir de otro mundo, mientras se llevaba la mano a la boca. De inmediato la muchacha sufrió un cambio de ánimo totalmente radical-. ¿Y tú qué haces aquí? ¡Vete! ¡Fuera! ¡Fuera!
-Liss-susurró Lodewijk al oído de su mejor amiga, sintiendo una profunda lástima por la salud mental de ella. Nunca sabría explicar qué le forzó a mirar a ese punto que él juzgó de vacío con tanta rudeza.
-¡Vete de aquí! ¡Ya no quiero tus presagios!-gritó la muchacha gesticulando poderosamente al espectro.
-Liss-susurró Lodewijk en su oído-, por algo está aquí-el dolor le partía el corazón, el poco que creía que le quedaba… él no era de hierro como parecía ser incluso a sus propios ojos.
-Di, rápido tus mentiras; antes de que me arrepienta de oírlas-dijo Liselot, su voz era agria, intentando contener la ira que amenazaba con crecer en su corazón.
Lodewijk la miró, pensando que su amiga había acabado finalmente por perder la razón.
-Sophie-la cara de Liselot mostró el pánico que ella sentía, Lodewijk tuvo que sostenerla para que ella no cayese-. Eso no es posible-negó con la cabeza-; no, no es posible-hizo una pausa, la mujer parecía decirle algo-. Encuentro increíble eso… oh, por-Liselot se tapó la boca y unas lágrimas asomaron de felicidad en sus ojos mientras ella dejaba escapar una risita y daba unos pequeños saltitos-, ¿cuándo? ¿Cuándo volveré a verla?-sus ojos reflejaron desilusión-. ¡Naomie, ven! ¡Naomie, no te vayas! ¡Claro que haré todo lo que Sophie me diga, pero ven!
La joven miró con frustración el espacio, ahora vacío, que hace unos segundos ocupara su extraña amiga que sólo ella podía ver y que tantos problemas le había traído.
-Se ha ido-dijo Liselot, volviendo a ver a Lodewijk-, como siempre-completó, intentó que su voz sonara iracunda, quizá así la hiciera regresar, pero nada lograba camuflar su felicidad.
-Ya volverá-dijo Lodewijk intentando sonreírle.
-Pero, ¿oíste? ¡Volveré a ver a Sophie! ¡Volveremos a casa!-exclamó alborozada, el brillo volvía a sus ojos.
-Liss, creo que debo recordarte que yo no puedo oír a Naomie, tampoco puedo verla; sólo tú puedes-le aclaró Lodewijk, intentando hacerla entrar en razón, ya que le parecía demasiado doloroso dejarle de una buena vez en claro que nunca volverían a casa y que, prácticamente estaba loca. “Supongo que así empiezan”, pensó con tristeza.
Liss ni siquiera se dignó contestar, salió corriendo a dar renovadas órdenes a su tripulación: debían seguir la nave de Anne Bonny a toda costa, a toda prisa; nunca perderla de vista. Renovó los aires en el puente de mando, actualizó y volvió más frecuentes y masivos los turnos y las cuadrillas, la vida en la nave se agilizó otra vez. Y así pasaron los días, uno a uno. El ánimo ya había caído y la esperanza había sucumbido con él. Los turnos se hacían por obligación, porque ya no se podía hacer otra cosa; y Liselot… y Liselot seguía infatigable en la proa, oteando el horizonte, convencidísima de que dependía estrictamente de seguir a la capitana Bonny su regreso al siglo XXI, era un requisito previo, su última misión, en el siglo XVIII para finalmente poder volver, ver a Sophie otra vez y jurarle que esa pesadilla de una vez por todas ya había terminado.
Una noche, cuando Lodewijk intentaba hacerla bajar de la proa para llevársela, casi a la rastra, a su camarote, ella divisó algo en el agua, una tela blanca al parecer. No hubiese pasado a mayores, si, en el puente de mando, Linda Freeman no hubiese hecho sonar las sirenas.
-¡Hombre al agua!-ese grito se escuchó por toda la cubierta.
La capitana y el contramaestre del Evertsen corrieron bajo cubierta a ver por las miras de alta definición y, efectivamente, una persona flotaba en el agua pero, no era cualquier persona.
-¿Sophie?-preguntó Liselot con los ojos abiertos como platos y partió corriendo a la cubierta al tiempo que se sacaba todas las prendas que podrían hacerle peso a la hora de nadar.
-¡Den la orden de que la saquen del agua! ¡El equipo de primeros auxilios, rápido, a cubierta! ¡Moverse!-gritó Lodewijk mientras corría desenfrenadamente hacia su amiga. Logró alcanzarla justo antes de que ella se lanzara al mar en busca de su hermana y, sin que ella pudiese detenerlo, saltó de la proa para sacar a esa jovencita de las olas.
-¡Lowie!-el grito de Liselot se escuchó por toda la nave al tiempo que la gente del equipo de primeros auxilios corrían hacia la baranda; hizo falta la fuerza de varios hombres para evitar que la díscola muchacha saltara tras su hermana y su mejor amigo.
En los brazos de Lodewijk la chica, mucho más desarrollada de lo que él la recordara, despertaba con el grito de su hermana mayor. Parpadeó para quitarse el agua de los ojos y tosió para evitar la inminente asfixia que la había hecho caer inconsciente. Fijo la vista en el rostro del joven –mucho más maduro de lo que era capaz de recordarlo- y pestañeó varias veces sin poder creer lo que sus ojos estaban viendo.
-Oh, no… las alucinaciones han comenzado otra vez-dijo presa del pánico y removiéndose nerviosa en los brazos del joven, dificultándole la tarea de nadar, con ella y todo, hasta el Evertsen.
-Tranquila, estás a salvo ahora-le susurró él, reteniéndola firme entre sus brazos. Su voz era mucho más dulce de lo que siquiera podía recordarla-. Ahora aférrate de mí-le dijo y ella le obedeció, alucinación o no, no le quedaba otra opción-, ya vamos a llegar a la nave-siguió consolándola.
Cuando Sophie Van der Decken puso los pies en cubierta y miró a su alrededor, fue como si hubiese viajado cinco años en el futuro.
-Mentira-susurró.
-Bienvenida al HMNLS Evertsen, Sophie-le susurró Lodewijk sujetándola de los hombros.
Y, cuando la muchacha posicionó la mirada al frente hubiese tenido total certeza de que había vuelto a perder la razón si no se hubiese sentido tan tranquila, en su mente ya no estaba la frenética desesperación ni ese vertiginoso torrente de ideas bamboleantes que la arrastraban de un punto a otro en una vorágine que era incapaz de detener. Su mandíbula inferior tembló, una lágrima rodó por su mejilla: era Liselot, su hermana mayor.
El cuerpo convulso y sollozante de Sophie fue a impactar con la fuerza de una bala de cañón contra Liselot, quien la envolvió en un abrazo. Le sorprendía esa reacción de su hermanita; las gemelas y ella siempre habían sido demasiado diferentes, mientras ellas se tenían la una a la otra en sus locuras, ella estaba perdida en su imaginación y platicando con Lowie; nunca fueron muy cercanas, mucho menos de piel… el afecto era algo que no se expresaban, al menos no las gemelas a ella.
-No es como esperaba verte, Sophie-le dijo mientras le acariciaba el cabello, en un vago intento de calmarla.
-¿Y entonces cómo?-sollozó la chica.
-En casa, con mamá-dijo Liselot sonriente.
-Mamá-Sophie intentó sonreír, pero una lágrima, causa del remordimiento rodó por su mejilla-. Han pasado tantas cosas, Liss-dijo mirando largamente a los ojos a su hermana mayor. Se separó de ella y caminó hacia la borda-. Debes seguir ese barco, ¿me oyes?-señaló la nave de Anne Bonny y, entre lágrimas añadió-: ¡síguelo, te lo suplico!
No alcanzó a decir más: se desmayó. Lodewijk la alzó en brazos y Liss, sin perder tiempo, lo llevó hasta su camarote: quería hospedar a su hermana lo más cerca de sí posible. No quería admitirlo, pero no era sólo porque la extrañara y quisiera recuperar el tiempo perdido, sino que porque la llegada de su hermana justo en esos momentos era demasiado extraña y sospechosa y cualquier información que pudiese darle sería bastante bien apreciada.
-¡Qué cambiada que está!-exclamó Lodewijk cuando la tendió en la cama de Liselot.
-Bastante-afirmó su amiga, asintiendo con la cabeza-. Me quedaré a cuidarla-exclamó.
-Yo voy a ver el puente de mando, deben estar locos con esto-bufó Lodewijk poniendo los ojos en blanco.
Liselot se quedó con su hermana toda la noche y, cuando ya amanecía, unas manos apenas un poco más finas que las suyas la remecieron del costado.
-¡Sophie, lo siento, me quedé dormida!-exclamó sentándose en la cama.
-Liss, tengo algo que confesarte-resonó la voz triste de Sophie en la oscuridad.
-¿Qué cosa?-preguntó ella preocupada.
-Liss… yo maté a mamá-confesó esa voz triste y rasgada por el tiempo y la experiencia.
-¿Que tú qué?-exclamó Liselot.
-Yo maté a mamá-repitió esa voz, aún más rasgada por el pavor y el asombro con que Liselot se había dirigido a ella.
De inmediato pudo percibir la furia de su hermana mayor.
-Liselot, de que tú sigas a Anne Bonny depende nuestra libertad… no sacas nada con odiarme ni matarme: lo muerto ya no puede volver a morir-recitó.
A velocidad de vértigo, como Ivanna cinco años antes, se embebió de su relato para evitar una muerte casi segura. Le confesó todo a Liselot. Le confesó lo que habían visto ella e Ivanna en el Espejo de Grecia, de su intento por viajar a su lado para llevarles de regreso a su tiempo, de la desaparición de su gemela, de su locura, de cómo había asesinado vilmente a su madre inmersa en sus delirios y de cómo había recuperado la razón sólo para suicidarse después de autoflagelarse inmisericordemente.
A esas alturas del relato, Liselot Van der Decken estaba en shock sin poderlo remediar, pero no era todo: ahí recién había comenzado el calvario de su hermanita. Todas las almas de las personas que morían en alta mar iban a dar necesariamente a los dominios de Calipso, en la Isla de Ogigia, y de ahí nadie podía escapar a menos que fuese expresa voluntad de la ninfa, lo cual no era algo bueno.
-El espectro de mamá, en mis delirios, me decía que sería mi tormento, que me ahogaría una y mil veces antes de poder encontrar a padre y… lo fue-una lágrima rodó por la mejilla de Sophie.
La insensible ninfa había puesto a Aliet en contra de su hija y había tornado su vida en Ogigia un terrible tormento. Era el espectro de sus delirios, pero esta vez era real. Entonces, cuando no aguantó más, hizo un pacto con aquella extraña criatura: ella iría a por Ivanna, no tenía idea de por qué Calipso la requería, pero la llevaría a su presencia; y, a cambio, la hija de los dioses reuniría a su padre y a su madre, y les permitiría vivir el resto de la eternidad juntos. Pero, para asegurarse de que cumpliría su palabra, la señora de la isla retuvo a Aliet en sus mazmorras y condenó a Sophie a oír esa voz, esa enferma voz de su madre, llena de locura y odio en cualquier lugar, en cualquier momento.
-Ahora puedo oírla-dijo, las lágrimas cayeron una a otra.
-Dile que estamos juntas-le sonrió Liselot, apoyando su mano en el hombro de su hermanita-: eso la hará feliz; ¿puedes?
-No, no puedo. Sólo puedo oír su voz en mi cabeza, una y otra vez, sin parar, pero no puedo decirle nada-sollozó Sophie.
-Ven aquí-susurró Liselot, abrazándola fuertemente y sacándole una ligera risa. En eso estaban cuando los primeros rayos del alba inundaron la habitación.
-Es por eso que debes ir junto a la flota de la capitana Bonny: ella quiere vengarse- Liselot miró a su hermana anonadada-. Me lo dijo Calipso-acotó Sophie con timidez-. Yo sé la ubicación exacta de Sheefnek: él tiene a nuestra hermana, puedo dártela para que guíes la flota… vas a necesitar a todos los hombres de Anne para poder liberar a Ivanna.
-Ya no se trata sólo de liberar a Ivanna-le dijo Liselot mordiéndose el labio inferior.
-Para nosotros ya lo es… ¿o vas a vender nuestra libertad?-preguntó Ivanna y lo único que vio Liselot fueron esos ojos, libres de todo velo o ironía mostrando límpidamente la verdad: tenía razón, el único motivo de estar ahí era por la libertad de toda su familia.
Ambas se pusieron de pie, la mañana era una realidad, una envolvente realidad y salieron rumbo al puente de mando. Ese era el momento en que acabaría por decidirse el destino de muchos. Si alguien les hubiese dicho, cinco años atrás, que se convertirían en personas tan solemnes, que tendrían en sus manos el futuro de tanta gente, no lo hubiesen creído… quizá toda advertencia, al fin y al cabo, hubiese sido en vano después de todo.
-Es sospechoso, ¿no crees? No deberíamos fiarnos de este cambio tan abrupto del clima-les dijo Lodewijk uniéndoseles en el pasillo.
-Al fin se despeja para poder navegar… la ruta está más clara-Sophie no pudo evitar sonreír: al fin se acabaría su suplicio.
Siguieron las instrucciones de Sophie durante cuatro días y cuatro noches, hasta que, al albor de la quinta mañana se alzó una voz por toda la cubierta del Evertsen:
-¡Nave a la vista!-.
Liselot, Lodewijk y Sophie se abalanzaron sobre la barandilla de proa y, efectivamente, había una nave, irguiéndose en medio del océano, aún en la lejanía, apenas una miniatura a la distancia. Parecía salida de los mismísimos abismos del mar.
-¿Bandera?-preguntó Liselot aguzando la vista, con el aliento aún contenido por la extraña y repentina visión.
No obtuvo respuesta, las sirenas se alzaron por toda la nave y el pánico atenazó las entrañas incluso de los más intrépidos. Los tripulantes comenzaron a correr de un punto al otro buscando sus armas: ya no había honor en la batalla, tampoco frenesí; sólo terror.
-Es de la East India Trading Company-dijo una tripulante corriendo desde la subcubierta hacia su capitana.
La sangre se congeló en las venas de Lodewijk Sheefnek; volvía a ser una triste víctima del pasado, ardiendo en las llamas de lo que pudo ser y no fue; volvía a ser una víctima fácil de viejos fantasmas.
-Dirck Sheefnek-masculló el nombre con odio, con ira visceral. Subió sobre la barandilla, aferrado de uno de los cables; haciendo peligrosamente equilibrio.
-¿Qué haces?-se asustó Liselot.
-Calculo-fue la frívola respuesta que recibió sin que siquiera la miraran a los ojos. Lodewijk volteó a mirarla después de todo-. Calculo que si salto exactamente en este mismo instante, tardaré una hora, quizá una hora y diez en llegar a esa nave maldita…-sus ojos tristes se fijaron en el vacío-y todo habrá terminado.
-Lowie, ¿qué piensas hacer?-le preguntó ella sin intentar siquiera disimular su terror.
-¡Capitana!-exclamó un marinero corriendo hacia ella-. La capitana Bonny solicita audiencia.
Las brumas del amanecer se despejaron. El navío de apariencia fantasmagórica adquirió una imagen mucho más real, nítida. Y, desde la popa del Evertsen, se alzó una flota de diez bajeles, al frente de los cuales iba uno que lucía orgullosamente la Jolly Roger que antes creara Jack Rackham: era The Doom, nave insignia de la Capitana Anne Bonny, obtenido tras un descarado robo a su padre en su propio hogar, con el cual había alcanzado la isla de New Providence y, tras saltar de subasta en subasta, se había hecho de los otros nueve y sus respectivas tripulaciones que, atraídas por la perspectiva de un saqueo sin límites la habían seguido sin dudas hasta las lejanas aguas de China. Una tabla unió las cubiertas de The Doom y del Evertsen y una mujer se acercó a ellos.
-La nave de Dirck Sheefnek, ¿no es así?-su sensual voz, que parecía conocer cada secreto de este mundo y contando, llenó el tenso espacio. Sus ojos, pícaros y fríos se clavaron en Sophie, causándole un temblor en la espina dorsal.
-Sí, lo es-la jovencita se obligó a alzar la voz fuerte y clara. Le respondió sólo la risa cruel de aquella mujer.
-Y el Olonés está cerca, ¿no es así?-preguntó burlonamente. Su mirada hacía creer que por la más mínima verdad que se le ocultase, se pagaría muy caro… y la vida era un precio muy bajo.
-Torciendo la rada-contestó Sophie, esa mirada no la atormentaba más. Esa carcajada volvió a sonar.
-¡Bien! ¡Prepárense para la batalla!-exclamó Anne, haciendo amago de bajar a la subcubierta.
-¡No tan rápido!-exclamó Lodewijk. Anne volteó, arqueando una ceja y haciendo amago de responder con su lengua de espinas; Lodewijk no se inmutó-. Iré a rescatar a Ivanna a la nave de Sheefnek; luego podrán pelear las guerras que les plazca y hacer que la sangre tiña cuantos mares exista-dijo mirando la costa china que comenzaba a aparecer detrás de las brumas que ya se disipaban tras el navío de bandera de la Compañía de Comercio y, sin más, saltó del Evertsen.
-¡Maldito desgraciado!-bramó Anne, viendo cómo su plan se lanzaba por la borda junto al muchacho.
Lodewijk Sheefnek nadó infatigablemente, intentando ser lo más invisible posible desde la nave británica. Sentía el agua tibia bañarle el cuerpo y amenazando con hundirlo. Su rostro se sumergía y ya no podía evitarlo. Sus brazos ya no se movían. La metralleta a sus espaldas pesaba como mil piedras atadas a su consciencia; pero nada pesaba más que las lágrimas, aquellas cálidas lágrimas que rodaban de sus ojos: el fin de todos los caminos había llegado, la venganza estaba delante de él y se preguntaba por qué tenía que terminar todo.
Alcanzó el casco de madera. Arriba la cubierta bullía de actividad; los cañones eran movidos de un lado a otro y las linternas apagadas. Se aferró de la tabla con un brazo y miró hacia atrás; el Evertsen no se veía, la flota tampoco; sonrió, al menos la última de todas las decisiones que había tomado Liselot en su vida era sabia. Escaló hasta que llegó a un exquisito ventanal abierto. Los bordes eran de mármol y tenía ribetes en oro, la vida a su padre se le había dado bien. Se preguntó acaso no sería injusto que sólo los momentos de su muerte estuviesen marcados por el sufrimiento y el dolor. Se aferró al balcón y a sus suaves barandillas de madera perfectamente barnizadas. Apenas sus ojos sobresalían y miró hacia adentro; no había nadie. Alcanzó el suelo de mármol y atravesó los ventanales, cruzó el camarote y llegó al pasillo. En el pasillo no había nadie, como había supuesto: la vida de un barco mercante se iba en cubierta. Caminó sigilosamente hasta que llegó a la subcubierta C. Abrió la puerta y la cerró con un crujido. Sólo sus pasos resonaron dentro. Las repisas le cerraban el camino a un lado y al otro. Los barriles rellenaban el espacio al igual que la oscuridad, la férrea oscuridad, apenas cercenada por la fría luz que entraba por un ojete cuadrado de veinte centímetros. Recorrió la larga bodega hasta la punta y, en un rincón, vio relucir una cabellera rubia, una cabellera de mujer. El rostro no se veía, estaba volteado hacia la pared, y el cuerpo temblaba bajo una delgada y rasgada tela burdeo, sucia por el paso de los años. Arqueó una ceja y caminó. La figura, delgada se encogió al oír el repiqueteo de las botas contra el suelo de madera. Se agachó junto a ella y le tomó la barbilla con la punta de los dedos.
-Lo sabía-susurró triunfalmente con una sonrisa-: Ivanna Van der Decken.
Los ojos de la muchacha se abrieron enormemente y abrazó al joven. Lloró a gritos sin poderlo evitar y algo se rompió en el corazón de Lodewijk mientras le acariciaba la espalda.
-Debemos irnos de aquí-le dijo ayudándola a ponerse de pie toscamente.
-No has cambiado nada-dijo ella con una sonrisa.
Ambos salieron hacia el pasillo y cruzaron escalerillas, una tras otra, hasta que llegaron al elegante camarote por el cual Lodewijk había entrado en la nave. La puerta se abrió desde dentro.
-¡Adelante!-exclamó una voz de hombre y, poco a poco, la pesada puerta de madera reveló la figura de un varón de aproximadamente cincuenta años, de estatura y complexión media y vestiduras que lo delataban como un importante miembro de la East India Trading Company. Un cañonazo a coro sonó peligrosamente cerca, aunque nadie al interior de esa nave se dio por aludido, el remezón no llegó nunca, sólo el silencio, los gritos desde el exterior y un cañonazo en respuesta. Eran los albores de un combate. Los ojos de Ivanna parecieron salirse de sus órbitas, reflejando la sorpresa y el terror de que era presa. Lodewijk caminó hacia adelante, interponiendo su cuerpo entre el de la muchacha y el de aquel hombre que ambos conocían y bien, muy bien.
-¡Vaya, vaya!-los taconazos solitarios de las botas de Lodewijk sonaron en el suelo de madera. Afuera a coro diez cañones disparaban sus balas, al menos es fue lo que el oído le permitió calcular. Rodeó petulantemente el cuerpo del hombre sin despegarle la vista de encima. Algo en su interior temblaba, su respiración se aceleraba. Una risa maníaca y socarrona salió de sus labios, desconcertando a Ivanna y valiéndole una mirada fría y ruda por parte de ese sujeto que tenía al frente-. ¡Nos volvemos a encontrar! ¿No, Sheefnek?-su mirada se volvió gutural, como venida de los mismísimos infiernos y, sin previo aviso le dio un derechazo, tumbándole junto a la puerta. La furia comenzó a salir a raudales y la euforia a hacerse dueña de sus venas, de cada mililitro de su sangre; su frente se llenó de un sudor frío, el terror que hace unos momentos sintiera comenzaba a desaparecer.
-Tú aún no aprendes lo que es la vida, ¿verdad?-exclamó Dirck Sheefnek con la ira pintada en los ojos. Afirmándose de la puerta se irguió nuevamente y escupió sangre directo al rostro de su hijo-. ¡Ay, pobre muchacho!-se burló, al tiempo que esquivaba un nuevo puñetazo de Lodewijk, esta vez dirigido a su cuello. Lo golpeó en la nuca-. Siempre supe que serías un cuervo y que querrías arrancarme los ojos.
Dirck Sheefnek no perdió el tiempo y llovió a golpes sobre el cuerpo del muchacho que, a duras penas sólo se esforzaba en proteger a Ivanna del alcance de los puñetazos y las patadas. Ya comenzaba a sangrar, pero no gritaba. Concentrado en la pelea sólo sabía una cosa: no podía rendirse; el que ganase, sería el que viviría. La muchacha gritaba a cada golpe que impactaba en el cuerpo del joven.
-Piensa muy bien lo que vas a hacer: cualquier cosa que hagas podría acabar con la vida de tan encantadora jovencita-se burló fascinado Dirck, mostrando toda la felicidad de la que era capaz su negro corazón. Le gustaba ver el mundo arder, debía admitirlo.
Dirigió un puñetazo hacia la mandíbula inferior de Lodewijk, pero su hijo detuvo la trayectoria con su puño derecho y, con un magistral movimiento de su muñeca, aquel puño que se irguiese unos segundos antes tan amenazadoramente en su contra, fue a dar una vuelta sobre el hombro de su padre, en redondo, y luego a la espalda, arrancándole un grito de dolor. Un codazo quiso ir a dar a su vientre, pero, lo detuvo con aquel mismo brazo que aún retenía, posicionándose al lado de su padre a quien, en cosa de segundos tenía inmovilizado. Los pasos resonaron por el pasillo, los gritos de Ivanna no se aplacaban. Una patada impactó contra sus piernas, pero permaneció estoico, sin ceder ni medio palmo. Dirck, haciendo caso omiso del dolor que le laceraba, giró dándole un rodillazo en la entrepierna, obligándole a soltarlo y, en el proceso, le dio un cabezazo, haciéndole sangrar ligeramente en la pierna.
-¡Lodewijk! ¡Debes volver al Evertsen!-gritó Sheila aferrada desde el marco superior de la barandilla y saltando a la seguridad del balcón, atrayendo en el acto la mirada anonadada de Dirck sobre sí.
El joven desenfundó sus dos revólveres y disparó a quemarropa a los hombres que pretendían llevarse a Ivanna, quien resistía lanzándoles cuchilladas a las venas de la ingle. Tras eso, enfundó el arma que llevaba con la mano izquierda y cogió del brazo a Ivanna, arrastrándola al interior del camarote, felizmente Sheefnek se había salido de la puerta atraído como un marinero hacia una sirena por la voz de quien antes fuera su amante. Sin dejar de apuntar a su padre, llevó a la muchacha hacia el alcance de Sheila.
-¡Llévatela de aquí!-exclamó, empujando a Ivanna a los brazos de Sheila. Dirck se acercó, haciendo amago de tomarla y el joven no se tentó el corazón a la hora de dispararle a su propio padre en el hombro, peligrosamente cerca del cuello. La pistola aún humeaba cuando gritó-: ¡Ahora!
Lo secundó la risa maníaca de su padre y un machetazo en la cuerda en que bajaban Sheila e Ivanna hacia la seguridad de un bote con motor que lucía orgullosamente la insignia del HMNLS Evertsen. Ambas cayeron en la seguridad de la cubierta casi por arte de magia.
Cerca, vadeando la rada, combatían a muerte los diez barcos de Anne Bonny contra El Olonés, que comenzaba a hacer agua y se debatía sólo impulsado por la euforia y estupidez de su capitán. A medio camino entre ese combate y la nave de la East India Trading Company, el Evertsen dirigía ataques a diestra y siniestra, a una distancia prudencial que le asegurara huir y proteger a esa pequeña embarcación que transportaba a parte de su tripulación. En la popa de la nave holandesa el mar comenzaba, lentamente a embravecerse.
-Tú estás loco-le acusó Lodewijk dándole un puñetazo en la muñeca, obligándole a soltar el arma, la cual cayó al mar-. Prefieres saciar tus deseos sádicos, sin nunca darte cuenta de que eres un simple mortal y que quienes te sirven son también simpes mortales.
-Te equivocas… estoy muy consciente de que soy un simple mortal-sonrió torcidamente antes de continuar-, pero hoy no es el día en que moriré y, si llegara a serlo, tú te vienes al infierno conmigo.
Esa aseveración movió algo en la consciencia de Lodewijk. Morir… no, ese día él no iba a morir. Con la velocidad de vértigo extrajo una daga en su bota. “Para liberar al prisionero, hay que romper los barrotes”, por una vez en la vida le encontró razón al dueño de esa daga y la descargó con todas sus fuerzas en el pecho de su padre. Dirck comenzó a reír, de nueva cuenta. Esa herida tendría que haberlo matado, pero los propósitos superiores hacen a los hombres aferrarse a la vida. El propósito de su padre era la venganza y el odio, destruir todo lo que había logrado y hacerlo arder hasta que no quedaran más que cenizas. Desclavó su daga y volvió a apuñalar a aquel hombre, o al menos eso intentó, porque Dirck logró detener la trayectoria del arma con el brazo. Lodewijk no perdió la oportunidad y clavó la daga con todas sus fuerzas haciéndole una herida bastante profunda. No esperaba que su padre le diera una bofetada con el brazo malogrado, quedándose con su puñal en el proceso enterrado. Mientras el joven volvía a levantarse, el ex-oficial de la Zeven Provinciën no perdió el tiempo y lo tomó desde el cuello con ambas manos, arrastrándolo a la barandilla.
-Tú me quitaste todo lo que alguna vez quise-le acusó con sus ojos inyectados en ira.
Una bala sonó y voló desde abajo, tiñendo el vientre de Lodewijk de muerte. “Es el fin”, pensó mientras la sangre se congelaba en sus venas y sus pupilas se dilataban. El hombre al frente suyo jadeó y se puso pálido. Tastabilló un par de pasos, liberándole de su agarre. La cabeza de Lodewijk se nubló.
-¡Apúrate!-escuchó la voz de Sheila desde el esquife.
Caminó hacia ese hombre que tantos problemas y sufrimientos le había causado en vida; tenía herido el pecho.
-Ahora me quitas la vida-se burló enloquecido, si los jadeos se lo hubiesen permitido, hubiese reído.
Lodewijk se preguntó acaso no era mejor dejarlo morir, lentamente. Sería una tortura, un real sufrimiento y bien se lo merecería; pero era tanto el daño que le había hecho que no podía dejar esa historia de su vida sin un punto final. Su brazo, como si tuviese vida propia, se alzó y, al tiempo que liberaba un grito desgarrador, la daga fue a clavarse en el cuello de su padre. La sangre manó limpiamente y, con un movimiento magistral de su mano, la cabeza de Dirck Sheefnek se separó de los hombros, dejando la East India Trading Company en Catay sin un general.
-¡Lodewijk, ven!-escuchó el grito desesperado de Ivanna Van der Decken. A sus espaldas resonaba el embravecido oleaje que zarandeaba la nave de un lado al otro.
Con una de las piezas más peligrosas de su juego ya eliminadas, con el mapa un poco más limpio esa batalla, Lodewijk Sheefnek retrocedió sin quitar la vista del hombre que le había dado la vida y a quien acababa de decapitar. Su mandíbula inferior temblaba enloquecedoramente, las lágrimas comenzaron a salir sin control de sus ojos. Se aferró a la barandilla, apoyándose en ella de espaldas, a sus pulmones les costaba ya captar el aire.
-¡Lodewijk!-el grito de Sheila alzándose entre el rumor de las olas fue lo último que escuchó antes de caer al mar.
“Así que esto es estar muerto”, pensó cuando recuperó la consciencia. No se atrevió a abrir los ojos, por miedo a romper la magia del momento. Se sentía tan bien acabar con uno de sus demonios. El oleaje lo mecía casi con rabia de un lado al otro, pero no le preocupaba. Poco a poco, comenzó a percibir más y más una mano sosteniendo la suya, eran unos finos y suaves dedos de mujer. Abrió los ojos y grande fue su sorpresa cuando chocaron con la preocupada mirada de Ivanna Van der Decken.
-Te desmayaste-le informó la joven.
La primera reacción de Lodewijk fue inspeccionarse la herida que tenía en el vientre… la cual no encontró.
-La bala de Sheila no te alcanzó-le dijo.
-Es algo que siempre quise hacer-comentó Sheila desde la popa, dirigiendo el curso de la embarcación.
Lodewijk entornó la vista hacia ella y no pudo evitar estallar en una febril carcajada, entendiéndolo al fin y al cabo, todo.
-Ya ha sido suficiente de risas maníacas hoy, Lodewijk-le reprendió Sheila.
-Gracias-le sonrió Lodewijk, una de las pocas sonrisas sinceras que se le han visto en esta vida-: me salvaste la vida.
-Gracias a ti por dejarlo lo suficientemente vivo como para poder dispararle y que no haya sido en vano-respondió ella, sacándole una ronca carcajada al muchacho quien, tomándola desprevenida, le dio un abrazo.
-Nos hemos deshecho de nuestro principal demonio-dijo Lodewijk.
No tuvieron tiempo de seguir charlando. Una ola se alzó con un hambre voraz hacia la embarcación y sus tripulantes. Con suerte bastó la fuerza de Lodewijk y de Sheila para mantener el curso estable. Y así las olas siguieron alzándose una y otra vez; el agua comenzó a hervir.
-¡Un volcán!-exclamó Sheila.
Lodewijk no contestó, estaba demasiado ocupado en notar que eso era prácticamente un maremoto al revés: las olas gigantes en lugar de dirigirse a la costa china, se dirigían mar adentro, en todas direcciones.
-¡Miren!-exclamó Ivanna señalando con el dedo hacia el Evertsen. Lo que vieron los marineros holandeses los hizo enmudecer: una nave que conocían demasiado bien y que, por cierto, había aparecido como por arte de magia, acababa de lanzar feroces cañonazos hacia la cubierta, barriéndola, los militares caían al agua sin parar y la sala de máquinas estaba incendiada.
-¡The Storm!-exclamó Lodewijk y, con renovados impulsos se condujeron hacia su nave madre.
Cuando subieron a bordo lo que vieron les heló la sangre.
-¡Naomie!-el grito horrorizado de Sophie hizo que la sangre se les helara en las venas.
-¿Naomie?-repitió Liselot, su voz reflejaba incredulidad.
Una encantadora risa de mujer fue su respuesta.
-¡Ay, mi querida Liselot! ¡Me extraña que en todos estos años no me hayas reconocido! ¿Nunca te preguntaste por qué la vidente de New Providence estaba tan empecinada en que no volvieras al siglo XXI?-se escuchó la misma voz que había reído momentos antes.
El silencio se hizo. Lodewijk supuso que su amiga estaba demasiado impresionada como para decir algo. Sólo la exclamación de Sophie se dejó oír.
-¡¿Ivanna?!-.
-¡¿Sophie?!-respondió la aludida, abriendo los ojos como platos. A ciencia cierta, no sabía qué le sorprendía más: volver a ver a su hermana gemela después de cinco años o ver dos barcos que hacía unos momentos se lanzaban feroces cañonazos ahora compartían pasarelas y la que parecía ser capitana de la nave enemiga parlamentaba con sus hermanas.
-¡Oh, vaya!-exclamó la mujer, una anciana alta y delgada, de pícaros ojos avellana y cabellera blanca por la edad, que vestía una elegante túnica blanca cerrada con una pinza de oro, calzaba sandalias de cuero con pedrería y lucía hermosos brazaletes de plata y oro-. ¡Qué eficiente resultaste ser, querida Sophie!-exclamó dando un aplauso complacida mientras todos se quedaban viendo acusatoriamente a Sophie-. Mi querida Liselot, ya no quiero ni necesito más, desaparezco de tu vida para siempre-una sonrisa se formó en los labios de Liselot; Lodewijk, más suspicaz, enarcó una ceja-. Ya obtuve lo que quería: tus dos hermanas-el semblante de Liselot palideció notoriamente-. Ahora podrás volver a casa-sonrió la mujer.
-¿Para qué las quieres?-preguntó Liselot sintiendo cómo no le salía la voz del pánico que sentía.
-Siempre quise alguien que pudiese seguir mi legado, aquí: mi tiempo se acaba-dijo la mujer displicentemente.
-Entonces tómame a mí-dijo Liselot, arrancando una exclamación de sorpresa por parte de toda la tripulación.
-¡Oh, no! ¡Claro que no, querida!-exclamó la anciana-. Tú ya has cumplido tu deuda, no sería justo-dijo con suavidad.
-Ellas nunca contrajeron una deuda-dijo Liselot señalando a sus hermanas que se miraban con cara de póker-. Ellas nunca tuvieron ninguna relación con que yo te viera.
La mujer fingió pensar antes de decir:
-Muy bien, si tanto insistes, presta a esto mucha atención-y recitó-:
Oh, Liselot; oh, Liselot
Tú a la cruenta batalla has de llegar;
Sola y sin generales te has de presentar.
Una vida has de tomar;
Si es la correcta sólo una,
Dos, si es la errada, serán.
Tu sangre gran valor puede tener,
Y muchas almas, polvo en el viento ser.

Cuando terminó de recitar aquella extraña profecía, miró a Liselot a los ojos, la mirada más limpia que le dirigiera en tantos años de conocerse.
-¿Lo harás?-preguntó.
-Sí-apenas susurraron los labios de Liselot. La joven, acto seguido, se subió al primer bote salvavidas que encontró enganchado-. Córtalo… por favor-ordenó a Lodewijk.
-No tienes que hacerlo si no quieres-le dijo el muchacho en susurros, adelantándose con un machete.
-Es la vida de mis hermanas o la mía… se los debo-dijo.
-Entonces buen viaje-dijo él en voz alta, sintiendo por primera vez en su vida rabia contra Liselot. Cortó las cuerdas y el esquife tocó suavemente las aguas. Cuando Liselot iba a disponerse a navegar, le dijo-: ¡Liss!-y al tiempo que ella volteaba a mirarle exclamó-: ¡Vuelve a casa!-y meneó la mano en señal de despedida.
Cuando Liselot llegó, media hora más tarde, al costado del Olonés, tuvo la total certeza de que la decisión de Anne Bonny había sido la equivocada. De nada había servido haber puesto en riesgo la vida de Lodewijk yendo a atacar al aliado del barco al que él se había subido a rescatar a Ivanna; perfectamente podrían haber esperado. Se subió, en medio del incendio que lentamente llevaba la nave al fondo del océano, y batallando por el control del timón –algo inservible a esas alturas- encontró a Jean David Nau y a Anne Bonny. Desenvainó la espada y se lanzó al combate, apuñalando por la espalda al capitán de la nave francesa.
-¡Pensaba haberme deshecho de esta cría de mierda! ¡Ni follándomela hasta desangrarla muere esta perra!-exclamó, quitando su atención de Anne y saltando hacia Liselot, quien se ubicó al lado de la capitana de The Doom.
-Mataste a mi padre, no podrías deshacerte tan fácil de mí-le respondió Liselot con una seriedad que nadie hubiese creído capaz en ella.
Alrededor se escuchaban los últimos gritos de los hombres al ahogarse en las encrespadas aguas. Los últimos hombres saltaban de la nave, habían quedado solos, acompañados únicamente por el crepitar de las llamas, el calor infernal de aquella braza flotante, y por el rugir del mar.
-¡A mí no me saques esa mierda del honor, puta malnacida! ¡Las hembras como tú caen después de varias noches en mi cama!, ¿te hago probar?-preguntó, lanzando la última sílaba al mismo tiempo que una estocada dirigida al cuello de la joven, que fue detenida justo a tiempo por la espada al rojo vivo de Anne Bonny.
La atención del sádico pirata retornó a la capitana de la flota que había hecho trizas su nave. Le lanzó una estocada a las piernas, Anne alcanzó a saltar lejos, cerca de unos barriles de pólvora que hacía mucho ardían en llamas. Liselot regresó a la turbia pelea justo cuando Nau, usando su fuerza bruta, estaba a punto de arrancarle el corazón a la capitana Bonny de una sola puñalada. Logró atravesarle el hombro y hubiese podido alcanzar el pecho y el corazón si él no se hubiese movido, lanzando su espada lejos, justo al lado de los barriles incendiados. Anne, aprovechando que Jean tenía el brazo inutilizado, le cortó la mano, imposibilitándole el uso de la espada. Un fuerte bofetón, de la mano sana, la lanzó también junto a los barriles.
-¡Liselot!-gritó Anne, justo al tiempo que gateaba sobre su espalda alejándose del alcance del loco Olonés. Liselot tomó el sable del pirata francés y corrió hacia ambos, pero ya era tarde: él, tomando a sangre fría un hierro al rojo vivo que antes había servido para asegurar las tablas de los barriles de pólvora, había quemado el cuello de la capitana Bonny, disfrutando ver cómo la piel se desprendía de la carne, y la carne del hueso, para al final atravesar las vértebras con un sonido enloquecedoramente melodioso para sus oídos.
Liselot observó, por la espalda del hombre, el cuello decapitado y calcinado de su amiga y la mano humeante del capitán Nau. No lo pensó dos veces e hizo aquello que había pensado hacer: apuñalarlo. Esta vez no falló, dio justo en el corazón y ese sádico hombre, su pesadilla mayor por cinco años, cayó muerto a sus pies. Se cubrió la boca y las lágrimas no tardaron en brotar, en honor a Anne Bonny.
-¡Ay, mi querida Liselot!-escuchó a Naomie decir a sus espaldas-. ¡Has fallado miserablemente, querida!
-¿Qué es lo que realmente querías?-preguntó entre lágrimas.
-No has peleado sola, tampoco sin generales; has tomado dos vidas, en vez de una, y una de ellas era la equivocada. Sólo tu sangre tiene real valor ahora-le dijo mirándola con un dejo de lástima-. Ven, acompáñame-le hizo una seña para que le siguiera por los pocos rincones de la cubierta que no estaban quemándose. A sus pies las aguas se mecieron aterradoramente y las rocas bajo ellas temblaron; las olas se dirigieron en todos los sentidos posibles, haciendo frente a ambas un círculo. Poco a poco, comenzó a emerger una roca, volviéndose cada vez más alta.
-Has roto con todas mis esperanzas, querida Liselot-le dijo la mujer sin disimular ni su dolor ni su lástima.
-¿Quién eres?-preguntó Liselot.
-Mi nombre no es Naomie, mi nombre es Calipso, soy hija del gran Poseidón; y esta isla que estas presenciando, es la gran isla de Ogigia-señaló. La isla se alzó cada vez de una forma más poderosa, las olas amenazaron con arrojar la nave al fondo del océano-. La única forma de salvarte es saltar a la cima-dijo saltando a lo que parecía ser la punta de una roca, pero que en realidad era el sitio más alto de la isla que, poco a poco, comenzaba a descubrirse; Liselot la siguió-. No soy inmortal. Apenas soy una ninfa. La dueña del océano, sin duda, pero una ninfa. Mi hora está a punto de llegar, moriré dentro de muy poco. Lo que has visto en el siglo XXI, tú y tus hermanas, es apenas una encarnación de lo que fui en mi momento de gloria. Busco a un sucesor, a alguien que se haga cargo de la isla de Ogigia y acoja acá a todas las personas que mueran en el mar. En un inicio, Jean David Nau, la vida que debías tomar, pactó conmigo: dijo que dejaría atrás todos sus vicios y sería mi fiel seguidor, pero continuó matando por voluntad y deporte… al final no sabía cómo deshacerme de él. Pensé en un hombre que amara el mar: Jack Rackham parecía perfecto, pero… ¿Cómo acercarme a él? Decidí que por mis medios no lograría conmoverlo pero, a través de ti… sí que lo haría… se hicieron amigos, grandes camaradas, iban a acabar con Nau y él, por tu libertad y derecho de volver a tu hogar sería capaz de dejar su vida de infernales vicios y ser el gobernador de Ogigia, pero… murió y, en parte por culpa tuya. ¿Quién me quedaba? Anne Bonny, nada le queda en esta tierra y, acaba de morir… un muerto no puede dar órdenes, has de saberlo bien.
-¿Y qué quieres de mis hermanas? Una de ellas está muerta, ya no puede entorpecer tus planes-preguntó Liselot.
-Una está muerta, pero sí puede entorpecer mis planes… Si ambas te llevaban hasta el Bosque de los Tiempos, todo este sacrificio hubiese sido en vano: las dos podrían haberte llevado de regreso a casa, ir contigo… y yo no tendría un sucesor-contestó Calipso.
-Te quedamos Ivanna y yo-se sorprendió.
-Sí-confirmó Calipso.
-Seré tu sucesora-afirmó Liselot.
-En el fondo, siempre lo quise-confesó Calipso-; pero de todos eras la más imposible.
-A cambio deja regresar el Evertsen a casa; a Lodewijk y todos los demás… y a mi familia-negoció.
Unos pasos sonaron en la gravilla.
-Hija, lo muerto no puede volver a morir-escuchó por primera vez, en cinco años, la voz de su padre. Abrazó a Niek como durante tantos años había deseado hacerlo y estalló en llanto en su hombro.
-Nosotros de aquí no nos movemos-escuchó la suave voz de Aliet.
-¡¿Mamá?!-exclamó, creyendo que era una alucinación.
-Tu familia ha hablado, Liselot; Niek, Aliet y Sophie están muertos; sólo a Ivanna le corresponde volver; un lugar de los muertos no es para los vivos, no si no van a gobernar-dijo Calipso. Se abrazaron. Una de ellos volvería a casa.

Texto agregado el 05-01-2016, y leído por 107 visitantes. (0 votos)


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