Carne de cañón
“de nosotros los adultos depende, en gran medida, formar niños felices” Gsap
Dedicado a mi querida Gsap
No hace mucho tiempo, existían (y existen) familias de clase media muy baja, de padres trabajadores, cuyo mayor orgullo era criar bien a sus hijos. Con el sudor de la frente, ganaban el pan para alimentarlos y en lo que se recuerda, era lo natural, lo que DEBÍA ser. No se escuchaba que esperaran que los demás (gobierno, por ejemplo), se hicieran cargo de la manutención de los mismos. Como familias carenciadas aprendieron a administrar lo que ganaban. Fueron discriminadas, evolucionaron a fuerza de sacrificio y de humillaciones sociales (después de todo nadie se salva de la discriminación) sin embargo, dentro de lo que es la normalidad de la vida, fueron felices. En el arbolito navideño nunca faltaba un obsequio, por pequeño que fuera y en el hogar religioso, siempre había un hermoso pesebre nevado de harina. Nunca dejaron de venir los Reyes Magos (aunque trajeran juguetes hechos por los padres), jamás faltó el pastel de cumpleaños por opaco que fuera y todos los detalles que ayudan a no criarse sin amor y lo que es peor, fuera del “pertenecer” que tanto lastima a los niños.
Una de las enseñanzas más importantes que experimentaban, era el aprender a tolerar la frustración, a ser fuertes ante la adversidad, a trabajar con esmero y honradez y a ganarse la vida por sus propios medios. No hicieron grandes fortunas pero la constancia y el ahorro, les permitió alcanzar una vida digna. Creo que la dignidad es una de las virtudes imprescindibles del hombre, una necesidad innata. Entonces ¿por qué hemos adquirido el hábito de vivir complaciendo a nuestros niños, como si nos sintiéramos culposos de haberlos traído al mundo y por eso, librarlos de cada sobresalto, por pequeño que sea, que deban sortear? En principio, sí. Somos responsables de ellos y bien claro está que traerlos, ha sido una decisión de nosotros, los engendradores y que si hubiésemos optado por lo contrario, les hubiésemos evitado infinidad de insatisfacciones y responsabilidades, propias de la existencia. La crianza es uno de los aspectos que hace que una persona tenga o no mirada positiva, ante las circunstancias que se presenten.
Sin pedir nada a cambio, la primera reacción de ciertos padres, ante esa “culpa” es darles “todo”. Allanarles el camino, en general con bienes materiales, consiguiendo de ese modo la aprobación de los hijos, cada vez menos frecuente y difícil de obtener.
No estoy en desacuerdo con aquellos que piensan que estamos criando pequeños tiranos. Habrá que hacerse cargo en el futuro, de una sociedad cada vez más invivible, plagada de pedidores que, imperativamente, reclaman y exigen pero que no sienten que tengan, ningún tipo de obligación para con lo que los rodea, absolutamente irrespetuosos del prójimo, egoístas e intolerantes.
Los “acomodados” suelen padecer de esnobismo de clase. De escasa formación humana, tienen todos los derechos sin ningún tipo de responsabilidad más que hacer una carrera universitaria, cuya principal virtud es tener memoria suficiente y cuyo máximo objetivo es “salvarse”, sin siquiera pensar que, como individuos, tenemos la responsabilidad de laborar por un mundo mejor. Los de mayor riesgo social, son utilizados con descaro para fines de gobernantes y caudillos. Están los que piensan que en su círculo, solo caben los acumuladores de conocimientos. Los intelectuales también suelen padecer de esnobismo. No solo con objetos materiales y/o saturación de tecnología y lectura (hay que ver la calidad) se educa a un niño. Como no humanicemos a nuestros pequeños ególatras, no hay remedio, serán la carne de cañón de ideólogos y de dictadores, de religiones y de supercherías pero lo que es peor de sus propios embelecos.
Habrá que hacerse cargo de un mundo, ecológica y éticamente, cada vez más venido abajo.
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