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Se parecía por un segundo a un destino entrevisto en sueños, pero quizá eso le bastaba. El instante de semejanza con un futuro bello lo confirmó una tarde de amor hasta la deflagración, el asombro inconsolable frente a un crepúsculo en tierra extraña, la poesía estallando en sus manos, el misterio del agua vertiendo nuevos desvelos...
¿Un momento de felicidad justifica toda una existencia de penares, amares, de mares de penas?
Algunos días gustaba de responder: sí.
Aunque el devenir le iba sumando noches en el alma que los días olvidaban restar, no dejaba de amar y atesorar sus instantes de belleza pura.
Tenía ojos de viajero incansable, sin embargo nunca fue demasiado lejos. Excepto con los libros.
Su preocupación equivalía a una pregunta que hacía a todo el mundo:-¿Qué hacer con las pequeñas decepciones cotidianas, ésas que te van lijando el alma –preguntaba- ésas que te convierten en un ser civilizado? Invariablemente le respondían:-Te resignarás, las olvidarás mañana...Entonces esgrimía otra pregunta, mucho más comprometida- para él- que la anterior: -¿Qué hacer con las grandes decepciones, las que te dejan sin aire, sin sol ni sombra, sin vida y hasta sin muerte, te dejan tan solo y ya no deseas?...El tiempo también las cura, todo pasa algún día –era la respuesta.
Sólo hablaba con un árbol y con ninguna persona. El árbol asentía sus relatos hacia el atardecer cuando desplegaba sobre él su manta de rocío.
Las palabras eran lo más importante en su vida. Ellas tenían volumen, consistencia, las podía tocar y degustar incluso. Poseía muchas que lo acompañaron desde siempre. Aun así cada día acogía a nuevas. A veces las nuevas se llevaban muy bien con las de siempre, otras no, la costumbre o el buen uso las obligaba a separarse. Algunas eran audaces, atrevidas, transgresoras e imponían fórmulas extrañas, ésas siempre terminaban siendo felices.
Las palabras eran eso que nombraban: árbol, por ejemplo, tenía corteza, hojas, savia; tierra tenía raíces, insectos, países...

Hasta la llegada del Gran Viento su existencia fue apacible: convivía con palabras, regaba el árbol con ellas, viajaba en el tren infinito de los libros.
La primera ráfaga desencontró a las palabras, otras se rompieron, algunas dieron a luz un laberinto en el que muchas se perdieron, aun él mismo.
La segunda, mucho más intensa, desenterró su árbol con un dolor de raíces arrancadas :sintió la herida del árbol en su propia carne.
Por último, la tercera fue devastadora: destruyó los libros. Llegaron a su fin los viajes por hojas y hojas de regiones ignotas. La consistencia de la madera en la palabra libro.
Descubrieron su angustia deshojada sobre el agua. El desconcierto de ver una pena de pétalos blancos.
El terciopelo fugaz en la palabra FIN.

Texto agregado el 09-09-2004, y leído por 164 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-12-2004 La he leido como una párabola sobre la creación, donde las palabras conceden la vida y ese Gran Viento la arrebata. Es una biografía muy original. SALUDOS sirena_viuda
 
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