Rosalía buscaba un vestido nuevo para asistir a la despedida de soltera de su amiga Elizabeth. Fue a una casa de venta de ropa que anunciaba: trajes clásicos. Después de probarse varias prendas, decidió comprarse un vestido de novia. Tenía la seguridad de que su elección no era acertada pues no debía ir a una despedida de soltera con un vestido de novia. No obstante, lo compró. El día de la fiesta salió de su casa y, en lugar de conducir su auto hasta la recepción, caminó el gran trecho que la separaba del lugar. Ella deseaba fervientemente lucir el atuendo y lo logró, todos los que pasaban a su alrededor, la miraban sorprendidos por lo inusual del asunto y porque el vestido era tan voluminoso que tenía que recogerlo con las manos.
Al llegar a la fiesta, todos la saludaron extrañados, pero no dijeron nada. Rosalía comenzó a preocuparse, sentía que hacía el ridículo y luchaba entre el deseo de exhibir su vestido y el impulso de protegerse para que nadie notase el papelazo que estaba haciendo con un vestido inapropiado para la ocasión.
-¿Te gusta mi vestido? – Preguntaba ansiosa.
Todos respondían que estaba lindo, pero mostraban discreción al hablar sobre éste. Sin embargo, Rosalía comenzó a alarmarse al notar que toda ella era un volcán de imaginación cuando los demás hablaban ya que ella recreaba sin parar lo hablado por los demás.
-Quise grabar un programa en la tele – decía una de las invitadas – pero el sistema me dijo que había un conflicto con el registro de una serie que estaba programada para ser grabada a la misma hora.
Al escuchar la conversación, Rosalía empezó a imaginarse a los dos canales en una pelea.
-No, ¡que a mí me programaron primero que a ti! - argumentaba un canal.
-Sí, pero yo tengo más antigüedad que tú – respondía el otro.
Rosalía seguía caminando y escuchando a la gente.
- El menú indicaba que estaba hecho con leche de tigre- explicaba una invitada a otra mientras reía a carcajadas.
Rosalía vislumbró, sin esfuerzo alguno, al tigre en veloz carrera, al cazador tratando de dar alcance al felino macho que, sin embargo, después de atrapado era ordeñado. Rosalía abría los ojos con angustia por lo que le pasaba y a la vez con placer al darse cuenta de que disfrutaba con ese derroche de imaginación.
-Figúrate que cuando hago el amor con mi marido, cierro un ojo y abro el otro y a medida que lo hago, lo veo de formas diferentes. Contaba una mujer a una amiga mientras reía a placer.
Al escuchar esa conversación, Rosalía, de inmediato, recreó la escena en su mente y se reía al imaginar la situación. Su risa era fuerte y todos los convidados comenzaron a mirar al sitio donde ella estaba y se acercaron preguntado qué le pasaba. Ella explicó lo que le sucedía, y la gente en forma de broma le contaba cosas. Ella, muerta de risa, imaginaba las escenas, las contaba de forma vívida, y los convidados reían a mandíbula batiente con sus ocurrencias.
La fiesta terminó y Rosalía regresó a su casa a pie, no aceptó que nadie la llevase. El impulso de exhibir el vestido era superior a ella.
Al día siguiente, Rosalía fue a la tienda donde había comprado el vestido de novia y contó lo que había pasado mientras usó el traje. La dependiente que la atendió era la misma que se lo había vendido. Ésta le explicó que el atuendo había pertenecido, muchos años atrás, a una joven adinerada cuyo padre impidió el casamiento de su hija con el hombre que amaba porque era pobre. Añadió que, según el decir de la gente que conoció la historia, la muchacha expresó su deseo, antes de morir, de que su vestido fuese exhibido en la forma como lo hizo Rosalía; también anhelaba que la mujer que alguna vez usase su vestido diera a conocer la gran imaginación de la que ella gozó hasta el día que su padre por la terquedad de impedirle casarse con el hombre amado, mató también su imaginación.
Rosalía salió de la casa y al voltear, ésta había desaparecido.
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