Ellos saben que no son muy atractivos: andan tambaleándose, tienen esa cara de selfie eterna y hacen un sonido poco melódico. De hecho, reconocen que son todos feos y no suelen perder tiempo argumentando sobre su cuello torcido, sus graciosas piernas, bamboleante trasero y su voz molesta.
El caso es que en una de esas inexplicables mutaciones espontáneas genéticas, de uno de los huevos de cierta semana en la granja, ¡nació un patito lindo!
Era un ejemplar precioso: su piquito era griego, su cabecita redondeada y con estilo, su cuello era grácil y armonioso, sus patas sin ser anómalas, podían permitirle caminar con finura y gallardía, para complemento, poseía una voz digna de un mirlo entrenado, era un patito bello. La envidia de toda la granja y noticia en la comarca.
Pobre animalito, no pudo crecer y mostrar todo su esplendor: si al patito feo lo habían deportado, a este patito bello, sus propios parientes decidieron eliminarlo: hablaron con un gallo sicario y a cambio de ciertos servicios de una pata envidiosa cómplice, lo convencieron para que eliminara a tan precioso ejemplar, a plena luz del día.
Quedó establecido que los patitos feos, tienen más chances que los bonitos, la discriminación puede ser menos brutal que la envidia.
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