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BUROCRACIA


Maldijo varias veces, cuando se dio cuenta de que si D.N.I. había sido robado de su cartera, su fastidio subió de intensidad al comprender lo estúpida que había sido llevándolo consigo siempre, costumbre adquirida en la época de gobierno militar, en la que se suponía que uno tenía que llevar identificación a mano; aunque jamás la pararon cuando andaba en su viejo Fiat 800 coupé, los controles callejeros (siempre andaba apurada ,acarreando a sus dos hijos de acá para allá)
Con una inevitable bronca, pues los trámites siempre la fastidiaron, partió rumbo al Registro Civil de Avenida Colón, corazón de todo trámite burocrático de Córdoba.
La atendió una clásica empleada de la repartición: Pelo teñido de color entre naranja y rojo, uñas coloradas, abundancia de bijouterie,tacos chuecos, edad avanzada y pocas luces. Era el retrato de la empleada pública de Gasalla, a la que en vez de las bombachas, se le veía una enagua de dudoso color y estado.
Solicitó el documento y pacientemente le aclaró a la señora ,levemente sorda o infradotada ¡vaya uno a saber! Que Martínez Ramón era apellido.
¿Ramona es su nombre? –No señora, es el segundo apellido y ¡es Ramón!.De nuevo la pregunta, la misma respuesta.-

Corría 1986; al salir del Registro Civil, jamás pensó las horrendas consecuencias de su acto.
Casi dos años después y luego de haber ido repetidas veces a buscar el documento, tan ansiado y necesario, ¡al fin! llegó.
Lo retiró, firmó y al salir a la calle se encontró con que se llamaba RAMONA MARTINEZ . La infradotada se había salido con la suya. No era una persona tranquila, por lo tanto las ansias de romperle el alma a alguien comenzaron a bullir .
Realizó un reclamo, la respuesta fue “Ud.aceptó el documento”
Llevó partida de nacimiento, cédula federal y pasaporte, cédula de la Provincia, “no importa para el Registro Nacional de las Personas Ud. Es Ramona Martínez”
La empleada de pocas luces, que continuaba igual de teñida pero más decadente a estas alturas, dos años después, tenía las luces apagadas.
Ella continuó los trámites:oficinas, esperas, gentes, algunas con buena voluntad, otras brutas de solemnidad; ninguna dio soluciones.
Al fin, y con las recomendación de un amigo del Tribunal de cuentas, del color político de turno, llegó al del Registro, quien amablemente le explicó que el cambio de nombre podía deberse a una “maniobra intencional”.Por ello debía ir al Registro Nacional de las Personas a “desfacer el entuerto”, o sea demostrar que ella era ella.. A esas alturas la furia, la bronca y las puteadas alcanzaban límites insospechados. Había pasado un lustro sin documentos.
Siguieron los trámites hasta que ¡al fin! logró solicitar un documento nuevo que después de un año y medio llegó a sus manos.
Ella vivía en la Calle Menéndez Pidal; grande fue su sorpresa cuando, al recibirle documento, esta vez con los tres nombres y los dos apellidos correctos, se dio con que habitaba en la calle” Mًéndez Espidali”.
Aunque la última vez fue atendida por una empleada del CPC indudablemente más lúcida, ¡ésta no sabía el nombre de las calles, o tenía mal el oído!
NOTA: Esta historia es auténtica. La protagonista estuvo en total ocho años sin documentos.
No generalizo, ni polemizo en este cuento, pero en principio el empleado público carece de la mínima preparación para ocupar un cargo.

Texto agregado el 09-09-2004, y leído por 230 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-11-2004 Y a tu edad lo vienes a descubrir eso???.... jajajajaja.... me encantó.... y me hizo maldecir al mismo tiempo... atreides54
 
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