Mis faltas de sueño hacen que salte sobre palabras, que tropiece torpe y resbale. Mis deseos henchidos, hinchados, hacen que mis costuras se abran dejando escapar el aire. Tu flujo ungiendo mis testículos tras resbalar por mi pene, hace que ya no sea éste más un apéndice, ahora es sagrada columna. Ahora ha sido capaz de sostenerte mientras subías y bajabas cariñosa y yo sólo podía respirar carne. Pero luego, yo, como toda columna desprovista de entablamento, oscilo y amenazo con derrumbarme una vez que abandono la certeza de la cama.

“El Otoño ya” se lamentaba Dios, antes de recordar que vivía lejos de las gentes que mueren con las estaciones. Sin embargo, ha desaparecido este otoño, lo has hecho desaparecer bajo la cabellera que cubre tu espalda, o no llegó a brotar bajo la suela de tus pies, o se acobardó ante tu ceja alzada. El otoño en cualquier caso se ha deshecho en sus tradicionales hojas pardas derritiéndose en un rosario de habitaciones de hotel, y ahora, ya no sabremos qué hacer con el invierno.