Finalmente vamos a crecer sin las alas de plumas que nos enseñaron de niños.

Elena lleva puesto un collar de perlas y unos aros azules. Zafiro no es, pero le sientan muy bien. Su cabello es resuelto, como la mayoría de sus cosas. Ya quisiéramos tener un poco de aquello.

Cuando su tiempo no tiene la obligación de la rutina, se dispone sobre si y reconoce que aun es bella como cuando niña. Aquellos recuerdos, pensamientos, opiniones de las personas grandes para con ella eran sinceros. Sólo que nunca logró creer en ellos. La realidad fue cruel, o al menos así la percibió, y así aprendió a callar, a no esperar. Ahora Elena desconoce lo que una mano solidaria podría hacer.

Cada favor es como una roca. Debe correr, correr y de nuevo como siempre no se halla en ningún espacio. Sus manos son majestuosas y su corazón es grande. Pero no ha sabido canalizar este encuentro entre lo cotidiano del ser y su espíritu inválido.

Y vivir cada vez se le hace más difícil, el temor a su fracaso es mayor. No cree que las almas experimentadas la perdonen. Tampoco ella se perdona, solo conoce de su culpa.

Es difícil diferenciar entra la fantasía y lo real. Muchas cosas se pertenecen mutuamente. ¿Por qué un ser gregario se sentiría más a gusto en su interior, con una realidad alternativa. ¿Por qué el encuentro lo hallaría áspero e inasible? ¿Por qué ha dejado de buscar su muerte y se ha dejado apagar por la ausencia y los años?

¿Qué pasó con los seres que decían acompañarla?