Terminé de redactar mi autobiografía; el limpio, le rogué a un amigo editor, que lo lea y opine (mi intención era negociar una edición reducida, lo más pronto posible, por simple ego, debo confesar)

El caso es que le encantó y por lo que sé, prácticamente no hizo nada más que leer el documento todo el fin de semana. Para su entorno era sorprendente, pues conocían su norma, por la que no llevaba trabajo a casa los viernes. Eso me agradó y ya empecé a meditar sobre el número de ejemplares de la primera edición.

El lunes en la tarde en nuestra entrevista, por el poco tiempo que se suele tener en esas oficinas me dijo: -realmente me divertí con tus locuras, algunas las conocí de rumor, pero creo que es muy, pero muy interesante; ¿sabes que pese a que hoy no se venden libros como antes, estoy seguro que con este tu documento haríamos sonar las cuentas…?

Yo me sonrojé como suelo hacerlo al sentir halagos. Ya estaba por hablarle de mis planes de edición, cuando concluyó diciendo –pero debes saber, imagino, que al publicar el documento así como está, todos podrán identificar con facilidad al autor y los nombrados…

-Existe un adagio que suele afirmar que a confesión de parte, innecesaria es la prueba; en tu autobiografía, que resulta sin duda una confesión documentada hecha pública por tu voluntad, se confiesa haber participado en calidad ya sea de actor, testigo e incluso autoridad, en diversos hechos que, indiferente de las situaciones en las que se hayan generado, resultan incriminatorios para autor y personas citadas- Y claro, tenía toda la razón y confieso que pensé algo en ello, pero no lo suficiente, evidentemente.

Tu autobiografía está muy bien escrita, prácticamente no necesita edición alguna, el estilo es ameno y sin duda pone los pelos en punta, deshace mitos políticos, cuestiona el sistema legal y político, la verdadera personalidad de los gobernantes y sus secuaces, el narco propio y externo, la noche encumbrada y la polvorienta. En fin, es seguro que te ganarías tal cantidad de procesos legales a nivel penal, civil entre otras cosas…

Yo puse cara de “claro, tienes razón” e incluso hice una broma. En mi interior dije adiós a los planes vanidosos de publicación, hasta después de la misa de ocho días de mi muerte, entonces…

El, por increíble que parezca me dijo exactamente eso: -una vez que estés enterrado, este texto valdrá la pena que se publique, por ahora creo que lo sensato es guardarlo… bajo llave- añadió sonriendo.

Tomamos nuestro café y nos despedimos. Ya en casa, lo que hice es precisamente eso: guardarlo; el impreso fue a dar a una gaveta de cosas sin necesidad; al empujarlo a su destino final, noté claramente las tiras de papel que suelen quedar al arrancar unas hojas de un anillado. Al constatar el documento, ciertamente, unas cinco páginas se habían arrancado, me intrigó, pero no me preocupó, por tener el documento digital original.

Esa noche, a eso de las once y media, cosa infrecuente, mi amigo editor me llamó agitado: Su esposa se había contagiado de su afán lector de la semana pasada y al haber comentado determinado pasaje con su padre (un descendiente croata conocido por su ruda manera de tratar a sus oponentes) este habría arrancado las hojas que referían al embargo de un avión suyo años atrás y jurado volarme la cabeza, me pedía cuidado extremo y que de ser posible, salga del país por un tiempo.

Curiosamente, a esa avanzada hora, precisamente, sonó el timbre y la cámara mostró un tipo, con un logo de pizzas conocido y una caja que dijo, debía entregarme…

__________________