Al abrir la puerta de su estudio, las tablas crujieron bajo mis zapatos rojos, los miré y luego cerré los ojos apretando muy fuerte deseando que dejara de crujir el piso. Al levantar el pie para dar otro paso, volvió a hacerlo, entonces decidí que debía ser una rápida entrada. Caminé hacia el fondo del estudio, pasando sin mirar junto a los bastidores y caballetes que formaban un marco a la entrada, como soldados formados que me miraban. Cuando llegué al fondo de la habitación, recordé que no había cerrado la puerta al entrar.
Siempre en las vacaciones íbamos a la sierra a visitar al abuelo, él vivía en la capital y nosotros en la playa. Deseaba tanto saber que había en el estudio del abuelo y decidí que esas vacaciones iba a entrar. Mientras todos se saludaban y abarzaban y preguntaban qué tal había sido el viaje, yo me deslicé entre la ropa tendida bajo el árbol de capulí, la perra Laika estaba recién parida debajo de las gradas, recuerdo el olor a sangre y leche que salía de allí. Los perritos chillaban, quise verlos, pero era más impotante aprovechar el momento de descuido para entrar a aquel secreto espacio en el que el abuelo se encerraba por horas y a veces por días y cuando salía no hablaba con nadie y se volvía a encerrar ahora en su habitación.
La casa era fría, gruesas paredes de cemento se levantaban en la calle de Los Campos Eliseos, las ventanas conformadas por varios cuadrados de vidrio en marcos de madera blancos espiaban hacia la calle entre los árboles de eucalipto. Abajo los conejos hacían de las suyas entre las coles y las zanahorias.
Al fin llegué a la terraza, anterior al salón. Tuve que subir las 24 gradas, sobando el grueso y frio pasamanos que subía formando una curva, qué ganas tenía de resbalarme sobre él!, pero el apuro de ver aquello era más fuerte. Debía ser una rápida entrada, observar y slair corriendo.
Atravecé el salón con sillones de terciopelo amarillo , mesitas bajas con tapetes....el olor....si el olor ya empezaba alli. La puerta entreabierta y yo alli, delante del peligro, lista para entrar al mundo escondido del abuelo.
Y entré......lo hice, a toda velocidad había llegado al extremo final de la habitación...miraba la pared, mis ojos sobre la pared, muy cerca, podía sentir el frío del cemento pulido en mi nariz, giré en torno a mi y allí estaba el mundo....las paredes repletas de pinturas, ese olor maravilloso que tenía el abuelo a aceite de linaza, a pincel a oleo. Un grupo de indigenas me miraban, con sus ponchos rojos, sus perros y sus niños piojosos. Tres mujeres desnudas sin ningún pudor se abrazaban delante mío. Un señor gordo de lentes, tenía cara de quererme acusar. Yo solo los miraba, bien mirados para no olvidarlos nunca. Y allí estaba el gigante, el blanco e incompleto Chimborazo derramando su nieve eterna en las faldas. Tuve ganas de acercarme a tocarlo, a meter mis dedos en la pintura blanca de la paleta que estaba esperando al abuelo para convertirse en nieve del Chimborazo. Y metí los dedos, sí que los metí y los llevé hacia el lienzo posado en el caballete, la obra en proceso del abuelo. Embarré la pintura blanca, la hice chorrear desde arriba hasta las faldas del nevado. Estaba embelesada con mi obra cuando levanté los ojos y supe que era el fin. Iba a morir. El abuelo seguramente me botaría por la ventana de cuadritos de vidrio, o me quemaría en la chimenea de su estudio y así nadie se enteraría que dañé su cuadro y el me mató por eso. Era el fin, el me miraba con una extraña cara de pregunta, con sus gigantes ojos azules detrás de los anteojos redondos, la nariz larga, y la boina de lado sobre su cabeza calva, las manos metidas en los bolsillitos del sueter. Solo cerré los ojos y sentí el rio caliente entre mis piernas. No lo pude detener y el charco se empezó a formar bajo mis nuevos y culpables zapatos rojos, sentía como se llenaban mis zapatos y rebosaban al piso de tablas enceradas.
El abuelo empezó a caminar hacia mi, yo estaba paralizada y abrí los ojos valientemente y lo ví ya muy cerca a mi. No dejaba de mirarme. Se acercò más y se puso junto a mí, miró mis manos y luego su obra a medias, su famoso Chimborazo. Tomó mis manos temblorosas y sutilmente las llevó a la paleta, en la que exprimió el tubo de oleo blanco, con sus manos perfectas, finas y frias, tomó las mías que fueron sus pinceles. Hizo bailar mis manos sobre el nevado, de arriba hacia abajo. De repente exprimía un poco de amarillo y lila, ocre y azul y mis manos bailaban entre la paleta y el lienzo, transformando la mancha en un hermoso nevado en un atardecer de oro y con un cielo rosa y lila. No me decía nada, no me hablaba, solo pintaba con mis manos con una rapidez increible. En poco tiempo, el cuadro estuvo terminado. El abuelo firmó el cuadro como siempre....pero le agregó la inicial de mi nombre a la suya.
Me hizo una seña para acercarme al lavader y me dió un trapo para que me limpiara las manos - pincel. Luego me puso unas gotas de aceite de linaza y me las frotó para darme otra vez el trapo para que terminara de limpiarmelas.
Con su voz suave de piano de iglesia, me dijo que me acercara, yo obedecí. Estaba incomoda, orinada, los pantalones mojados y frios y los zapatos sonaban choplot, choplot! al caminar. El sonrió, entonces me agaché y me los saqué. Todo era muy lento, el asintió con su cabeza y seguía sonriendo, me dijo: !Quiero enseñarte algo! y bajó una calavera de un estante. "Este fue como tu y tu serás como él".....yo miraba aquellos agujeros de la calavera y se iban transformando en unos tuneles oscuros que me querían tragar. Abrió un cajón y sacó un paquete de galletas, me brindó una que fue la gloria. "estoy perdonada"... pensè y al fin pude sonreir.
Me fue empujando lentamente por el hombro mientras el caminaba detrás mío, hasta que llegamos a la puerta. Puso el indice en sus labios en señal de silencio y cerró la puerta. Yo corrí al baño y a buscar a mamá para abrir las maletas y poder cambiarme de ropa.
Después del almuerzo familiar, entre conversaciones y risas el abuelo invitó a todos a ver al fin el Chimborazo terminado. Todos se levantaron presurosos ya que este era una obra inconclusa del abuelo. Sorprendidos esperaron en el salón, sentados en los sillones amarillos y otros tios y primos parados mirando hacia la puerta del estudio.
El abuelo salió al fin con el Chimborazo sobre el caballete. Se escucharon los ohhhhh, ahhhhh, es hermosooo!!!!, mira la nieveee!!!!, ese color de oro del sol en el atardecer, dijo papá.....todos estaban maravillados.
El abuelo me miró y en un descuido de todos me guiñó uno de sus hermosos ojos azules. Yo le devolví el guiño y le regalé una sonrisa de nieve. |