La Mesada
Anastasio, gallego como no los hay, se disponía a ir desde la Villa de Astica, hasta Chucuma, en San Juan. Iba, junto con sus hijos todos a caballo, tratando de pasar todo el día sábado con sus amigos y parientes allá en el Sur de Valle Fértil. Enfrentando el viento, que a esa hora, antes del medio día, era muy molesto y bajo un sol abrazador, se dirige la tropilla hacia el Sur. Pasaron por la casa casi derrumbada de Sergio, el ermitaño, y antes de lo de Don Mónico Fernández, doblaron en la siguiente curva a la derecha, y continuaron cabalgando hasta La Mesada. Entraron por el margen derecho del río y por la quebrada hacia el Oeste. Entraron bien lejos de la ruta, y allí se encontraron con verdadero valle encantado. Robles añejos, junto con frutales de todas las variedades, nogales, pimientos, sauces y mucha agua nacida de unas vertientes de más allá, ese era el panorama. Sin bien habían escuchado que era un lugar espléndido, nunca habían podido llegar, ya que se encuentra apartado de la ruta. Además había que llevar provisiones, comida y por momentos el viaje se hacía a pié, atravesando varias veces el Río y yéndose de una lado para otro sorteando la intensa vegetación en sus costados.
Anastasio era de mediana estatura, con una cicatriz en la frente, con forma de v acostada; de carácter afable y sonrisa alargada, dejaba ver su incipiente bigote negro; y siempre llevaba un pañuelo blanco en el cuello atado con un solo nudo a la altura de la nuez.
Desensillaron, cada cual cuidando de alimentar y abrevar a los caballos. Allá no corría viento, más bien era una brisa tibia, como si estuviera norteando. Se disponen a desensillar y cada uno traía palos para armar una fogata. Había que asar un chivito recién faenado allá en Astica, en lo de Don Cristóbal Garay.
Anastasio llevaba algunas provisiones, mientras que sus hijos llevaban mantas, por si hacía frío o se quedaban a pasar la noche, y otras cosas necesarias para el viaje. La guitarra y el vino no faltaban entre las cosas más importantes. Mientras uno de los jóvenes hacía la fogata, otro intentaba tararear una tonada, acompañándose con los acordes de la guitarra y del sonido del agua al caer de las cascadas.
Almorzaron como a eso de las tres de la tarde; los más jóvenes, se fueron con unas gomeras para el lado del oeste, allá donde se produce la naciente de la vertiente. Se alejaron mucho del lugar en donde su padre y uno de los otros muchachos se quedaron jugando al truco. De repente unos nubarrones grises oscuros comienzan a aparecer en el firmamento, con un cambio rotundo en el clima: leve viento del sur, con “olor” a tormenta. Decidieron comenzar a bajar en la búsqueda de los otros integrantes de la familia. Las nubes oscuras y la lluvia intensa “caminaban” más rápido que sus piernas. Se detuvieron detrás de un grueso algarrobo, y veían asombrados, cómo el agua arrastraba todo a su paso. No tenían otra cosa que hacer que esperar que la tormenta cesara por sí sola, ya que bajar en esas condiciones sería fatal.
Los minutos fueron pasando y la tormenta aún castigaba la zona, pero con menos intensidad. Comienzan a bajar los tres; llegan al lugar en donde habían estado almorzando; sólo encontraron una montura y un pañuelo blanco, colgados de un algarrobo…
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