Le decían que era poco realista, que hacía alharacas de algo que no lo merecía, que no era para tanto. Pero cada cual vive sus experiencias en forma muy personal y particular. Para él había sido traumático.

Durante mucho tiempo intentó posponerlo, pero la hora fatal llegó, inexorable, inevitable, etc. Los síntomas complicaban su vida en todos los aspectos, y los amigos se burlaban abiertamente de él cuando debía ir continuamente a un baño o donde se pudiera en la emergencia. Las bromas, algunas de muy mal gusto, iban desde “no te vaya a quedar gustando” a “ojalá que el doctor tenga las manos pequeñas”, etc. Finalmente, le llegó la hora y se presentó ante el médico. Éste apenas si levantó su vista desde el teclado de su computadora cuando entró a la consulta. Luego de unos minutos le explicó que el antígeno estaba muy elevado y era necesario continuar con diversos exámenes. Fue justo lo que él no quería escuchar, pero ya había asumido que era inevitable. Le pidió que bajara sus pantalones, se tendiera en la camilla y con las rodillas al pecho. Se sintió ridículo y humillado con su trasero al aire. El urólogo se puso un guante y lo untó con vaselina. Y sucedió. Tacto rectal.

Lo asegura. No quiere una segunda opinión.