Hola mi Amor, mi colérico e infantil Amor.
Esta noche, en la que llueve por fortuna, he venido hasta aquí,
hasta esta penumbra,
hasta este rincón poco iluminado y más bien frío, a rescatarme.
Necesitaba ocultarme, apartarme de todo ruido,
de toda agitación,
de toda puntada de barbarie
que me cose los pies con tan espantosa frecuencia,
y a la que Tu te has dedicado últimamente con tan sumo cuidado.
A modo de cuento he creído que detrás de mi no hay nada,
ni casa, ni teles encendidas, ni seres que me reclaman,
y que todo cuanto vive se halla en la esquina de este cuarto
desprovisto de lujo, en la añeja música que flota, y en la letra que arrastro.
En cambio afuera ¡todo es tan complicado!
Nada más hoy, el más simple movimiento ha terminado por
convertirse en un difícil montaje, en una desgastante controversia,
en un continuo acoso y una obligación de Ser,
que no me ha quedado más remedio que escapar
como un animal asustado,
porque yo no quiero morder,
no quiero tener que matar.
La gente afuera me llama por mi nombre, me habla,
me sonríe, me aconseja,
me pregunta,
la gente me exige, me señala,
se me echa encima y me tapa.
Es cierto. Y yo siento miedo.
Ellos me atemorizan con su obsesión por ser buenos,
con su delirio de seres evolucionados,
y la falsa modestia con que portan el olivo
sobre su frente de implacables Césares de la época.
Se autodenominan salvadores de la humanidad,
descubridores, fundadores, inventores, hombres de misión.
Sin embargo, para mí, no son más que monstruos,
horripilantes criaturas demoníacas,
superdotadas de fuerza y llenas de arrogancia,
que se mueven fofamente por el paraíso, asustando a los niños.
Los veo por todas partes, a toda hora,
que de repente, siento un dolor tan profundo, y lloro, lloro mucho.
También está la familia.
Eso de tener que quererlos a todos,
de aceptarlos y de cumplirles, es una carga:
Quererlos por el respeto que su edad merece,
o por el lugar que ocupan en el clan,
o quererlos y tolerarlos por su inferioridad mental,
o por su mal estado de salud;
y sobre todo, eso de garantizarles el cariño
con símbolos estúpidos, me es muy odioso:
‘Nos quieres si estudias,
nos quieres si aceptas nuestras prescripciones
(recuerda que la sabiduría viene con la edad),
nos quieres si nos prestas toda tu ayuda
para realizar nuestras tareas,
nos quieres si eres buena,
si te alimentas de nuestra apestosa moral,
nos quieres mucho si guardas silencio y
aceptas con admirable resignación nuestros actos irracionales,
y, si por encima de todo,
sometes tus más sencillos deseos a nuestra suerte.
De modo pues, que no tienes derecho a cuestionar la familia,
ni la política, ni nada. Es tu obligación trabajar,
no provocarnos espasmos musculares por alta tensión,
y vivir por y para nosotros, el pequeño sistema.
Ah, y de paso no olvides que debes escoger un buen hombre’.
¡¿Te das cuenta?! Esto del Ser Social resulta ser un asco,
al igual que el aparente corte postmodernista de estas letras,
que parecen querer reivindicar la importancia
del individuo a toda costa (sin embargo te juro que no es así,
estoy convencida de que con aisladas convulsiones no lograremos
nuestra querida revolución). Pero no, no quiero
elaborar razonamientos ahora,
prefiero ver cómo baila la lluvia bajo el farol, delicadamente al vaivén del viento,
abrazada a su luz amarilla que me sabe amar tan sosegadamente
como no se me es permitido.
Colgando de los cables eléctricos,
las gotas de rocío semejan haditas encendidas
que esporádicamente se desprenden
para venir volando hasta la habitación
y besar mi nariz. Cuánto bien me hacen.
(Y luego estás Tú. Tú, con todo lo que eres,
lo inmenso, lo torrencial.)
¡Ay, Amor!, necesitaba tanto abandonar,
aunque fuera por un corto tiempo, tanta falsedad,
tanta inconsecuencia de mi parte para con mi propia Vida,
necesitaba tan desesperadamente
no ver a nadie, ni escuchar a nadie,
que a fuerza de mi deseo
este rincón alejado se ha convertido hoy
en un hermosísimo valle húmedo,
que me ha brindado tiernas aves enredadas en el beso del agua
y un edén humilde para llorar en silencio y al fin sin prisa,
mientras la delgada niebla va envolviendo la ciudad dormida a la media noche.
Agoto 10 de 2004
8.30 p.m.
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