El estornudo retumbó por toda la casa
Ricky, corrió a la ventana a tiempo para ver que un trineo jalado por renos se alejaba elevándose por un camino de estrellas.
Un hombre gordo lo guiaba y estornudaba.
El niño corrió emocionado a avisarle a su padre que dormido lo echó del cuarto diciendo “mmñ…herr..sí, psss claro….hmmff” y continuó durmiendo.
Con cada estornudo, el trineo saltaba y con cada brinco bellos paquetes caían al suelo como lluvia de colores.
Los paquetes de todo tamaño ahora con determinación propia rodaban, saltando baches, cruzando zanjas, hasta llegar a las casitas de cartón y chapas, ahí, donde la comida es escasa y la ropa pasa de un hermano a otro, de un vecino a otro y el agua se saca de una llave en la esquina.
Había paquetes dorados debajo de los puentes y dentro de los caños abandonados que sirven de refugio a los que no tienen techo.
En la casa, la familia desayunaba y se preparaba para abrir sus regalos.
-Vi a Santa estornudando-decía Ricky, entre bocado y bocado – y el trineo saltaba
- Vamos Ricky, ¡acaba tu desayuno o no abrirás tus regalos! – Amenazaba el padre
-¡Pero, era gordo, y se caían los paquetes!- insistía el niño
El padre y la madre, con mirada cómplice sonreían al pensar en la inocencia de la imaginación infantil, ese niño estaba tan ansioso que hasta había soñado ¡con Santa resfriado!
Esa mañana hubo regalos para todos los niños y pobres que viven en la calle, milagro de Navidad, dijeron.
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