Hay un hombre tirado en la acera. Su cuerpo desparramado cayó mientras trataba de huir. Un charco de sangre crece y lo envuelve. La gente se acerca y murmura, un revolver descansa sobre su mano. Se escucharon más de diez tiros y parece que todo le cayó al desgraciado. Un círculo atónito contempla la escena, meten la cabeza y voltean horrorizadas. Ajuste de cuentas, dicen todos, que el muchacho parece del Callao por su vestimenta y corte de cabello y tatuajes, dicen y dicen pero no se confirma nada. Llega a la policía después de media hora y acordonan el espacio, la muchedumbre se interesa. Uno de los tombos se agacha y asoma la cara al cadáver lo olfatea largo rato. Llegan patrullas y más gentes. Mientras los peritos toman muestras una mujer se escurre hasta el infortunado grita desesperadamente, llora y pronuncia un nombre, Junior. Tenía diecinueve años, un hijo por nacer y varios muertos, uno de sus fríos era un importante delincuente. Inmediatamente su cabeza adquirió valor monetario, cinco mil dólares por sueliarlo. En el Callao esos trabajos se encargan como quien llama al delivery.