Deja vu
Se ha hablado del encuentro de dos personajes de carácter disímil.
Se dice que el germen de esa leyenda fue una confesión del propio Ghogi a sus oficiales. Desinhibido por los efectos de la leche fermentada de yegua que libaba contó detalles de una pesadilla recurrente que lo agobiaba en noches deplorables.
Algunos especulan que fue por la idolatría a su líder, otros que por los efectos de la bebida embriagante, lo cierto fue que se esparció por toda la estepa una versión exaltada del sueño que daba cuenta de un Ghogi imbatible que sólo podría sucumbir si pudiera pelear contra él mismo.
En cambio el talento de Decimus es un hecho conocido que trascendió a través del tiempo y se puede constatar en los fragmentos de su obra que se han preservado. Lo que no muestran las finas grafías trazadas con desespero eran los íntimos anhelos del dramaturgo. Tenía la firme convicción de que en otra época fue o sería un guerrero invencible.
Durante siglos se ha asegurado que una tarde Decimus salió a buscar su sueño y Ghogi a enfrentar su pesadilla. Los seguidores de esta historia se las arreglan para explicar el hecho fantástico pero no casual. La falta de testigos no ha afectado la credibilidad del encuentro bizarro. Además lo han descrito con matemática precisión.
La llanura donde se dio el enfrentamiento estaba tapizada de hierba que alcanzaba la altura de las rodillas de las cabalgaduras. Ambos combatientes midieron sus posibilidades, se examinaron a la distancia. Ghogi experto en combate se avivó al colocarse de manera que el sol estuviera ubicado de frente a su oponente. El viento corría transversal a ellos, las ráfagas ondulaban la hierba y desprendían el aroma de la savia. Ghogi acarició a contrapelo el cuello de su montura para que se refrescara, habían recorrido montes y valles durante el día. Arrojó al suelo el avío de guerra para liberarlo del sobrepeso, reconoció el carácter perentorio del combate y respiró resignado.
Decimos, más histriónico, jaloneó la rienda y el corcel al sentir lastimado los belfos relinchó, él había descrito en sus textos ese acto como intimidante, Ghogi sabía el significado real. El caballo pifió nervioso provocando el vuelo de una parvada de pájaros, y después giró una vuelta completa. El jinete jalaba y soltaba la rienda sin motivo alguno, estresaba aún más al caballo que por instinto reconocía la proximidad del peligro; en los gestos del jinete se animaba el desespero. Finalmente, Decimus se decidió y cargó en contra de Ghogi quien a la vez clavó los talones en los ijares del caballo que con tranco amplió alcanzó el galope. A su paso fueron segando maleza, formaban un surco convergente, las briznas de hierba y los terrones congelados se desperdigaban como esquirlas.
El viento untaba la melena larga de Ghobi en sus mejillas rubicondas y curtidas por el frío. Cuando estaba próximo a su contrincante apartó de su rostro la mata de cabello con la mano izquierda y con la derecha blandió el arma, Decimus imitó el lance. Al estar más cerca las miradas fúricas tornaron a sorpresa, se reconocieron idénticos como dos copos de nieve pueden serlo. En su sorpresa sólo lograron soltar sus armas pero el encontronazo fue inevitable y brutal.
Rodaron por el suelo duro y cuando por fin cesó el movimiento, la cuerda que sujetaba la convergencia del tiempo se rompió.
Se sospecha que ese encuentro no fue único. Que en repetidas ocasiones intercambiaban roles. Lo que verdaderamente ocurrió fue que Decimus cumplió su anhelo de ser un guerrero y Ghogi afrontó su pesadilla sin sucumbir. |