Aromaba rancio en esos vestigios que dejan años de tabaco y alcohol en la piel, amarillento el bigote y un tanto la barba junto a la comisura izquierda.
El resto, un desprolijo enredo de cabellos, arrugas y señales de cansancio, que surgían del cuello gastado de una camisa que alguna vez fue a cuadros azules y rojos.
Camisa que se holgaba sobre un pantalón remendado en partes y en otras luciendo roturas que dejaban adivinar dos piernas flacas que culminaban en unas zapatillas sin cordones.
Una mano extendida agita una lata vacía de vaya a saber uno que conserva haciendo musicalizar dos monedas en su interior.
La calle empedrada de Palermo Soho, soporta el tránsito de miles de jóvenes, de parejas y de niñas alhajadas en fantasías que tientan las miradas masculinas.
Noche de viernes, noche de encuentros, de romances que nacen y de otros que se apretujan en roces sensuales, noche de tragos, de miradas que atraen y de señores mayores no muy ubicados en lo jovial del ambiente.
Se entremezcla la música de varios locales, se cuela por las mesas y las sillas que están sobre las veredas y la acera, esquiva cervezas y tragos de nombres incomprensibles, se enreda en los árboles y por fin se pierde sin que nadie la escuche.
En la jerigonza de tantas voces al unísono, estalla el sonido de una cachetada, botellas que se añican en el piso, una silla que cae, y otro sopapo que golpea la cara de una mujer contra el puño de un hombre.
Silencio de voces, ruido de miradas que observan un castigo desequilibrado. Silencio de segundos que se filtra por sobre esa música que sigue saliendo de varios locales, breve silencio que acalla el ruido de miradas, todas la cuales se vuelven hacia donde antes estaban.
Los gritos y el llanto son escenas de una película muda que tiene, a los actores principales rodeados de secundarios que están en otro lado.
Entrechocan dos monedas al rodar por el empedrado, un aroma rancio y un desprolijo enredo de cabellos, arrugas y señales de cansancio, detiene la mano que sin cesar golpea.
- No es necesario – dice la voz que sale de una seca garganta, pero se refleja, dura y severa, en unos ojos de inimaginable dureza, - No es necesario – repite.
El pseudo coraje del mozalbete palidece ante esos ojos y ante esa mano, sudorosa y mal oliente, que le corta la circulación a su brazo golpeador, no es lo mismo enfrentarse a un hombre con años de tabaco y alcohol en la piel, pero con acero y determinación en la mirada que golpear a una mujer, no es lo mismo, y la mancha de orín que baja de su entrepierna marca el nivel de su valentía. |