Tiene un mes de nacido y viene a diario a visitarlo. Dijo que no había nada más de qué hablar, que no existe un "nosotros", que tiene alguien más a quién decirle lo que yo siempre quise que me dijera.
Viene, toma a mi niño, lo mece, lo besa, lo quiere. Lo veo en sus ojos, el amor incomparable de padre a hijo. Inmediatamente recuerdo cuando supo la noticia "Ese bebé no debe nacer, es lo peor que me ha pasado en la vida. Yo antes era feliz.", son algunas de las cosas que dijo. Quién lo viera ahora, un amor profundo en sus ojos, ternura en su voz, suavidad en sus caricias...
Lo miro y me da ternura, al mismo tiempo que recuerdo el dolor que me provocó. Me sorprende el cambio, me alegra a la vez que me da rabia. No se lo merece.
Le canta, lo muda, lo mece, le habla, lo mira y lo duerme. "Es un buen padre" pienso de pronto. Llega la hora de irse, se despide. "Quédate cinco minutos más" pienso, pero no digo nada. "¿Por qué quiero que se quede?" me pregunto a veces.
La respuesta es fácil. "Porque te quiero".
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Una maternidad desesperada por amor. |