Lejos, en la resonancia insuficiente de una despedida,
contemplando como el frío le congela hasta el suspiro,
una mujer más que especial, acuartelada y protegida
entre las paredes de la impetuosidad, se desvanece lenta.
Su boca sigue durmiendo sobre esas especies extintas
de un amor que, inconsistente, está por finalizar.
La evidencia se le manifiesta con una sonrisa cruel.
mientras ella, piensa que le estarán retrasando
los pasos a su eterno amado de bellos ojos grises.
Sueña los colores con que se impregnara su piel
cuando, proféticas, sus manos descorran el tímido velo
que contiene la imparable ola de sus carnales deseos.
Se embebe su todo de viscosa y ardiente humedad,
con la promesa de verse invadida por la fusión impetuosa
de ese báculo que la lleva al hartazgo de la inconsciencia.
Ciega de ardores, relativiza los miedos de que ello no ocurra,
pero la atormenta la vehemente tarea de responder a una duda,
¿Y si él ya no viene? Pregunta que ya tiene una respuesta.
El deseo que pensaba recibir en la liberalidad de su prado,
en ese justo momento, ácido y dulce al mismo tiempo,
a varios pasos, se está hundiendo en repeticiones pecaminosas,
ambientando pausas sigilosas en la complicidad de otro ser. |