Después de varios días de no pararse por ahí, el lobo bebía el café que amablemente la caperucita le había preparado esa mañana. Sentado frente a ella en la mesa de la cocina, comenzó a hablar de palabras filosóficas como el destino y la libertad. Luego de unos minutos, se levantó y fue a la recámara para guardar toda su ropa en su maleta de cuero viejo. Pasó a un lado de Caperucita, quien seguía sin decir nada sentada frente a la taza de café. Abrió la puerta principal y se marchó por la vereda hacia las montañas boscosas.

Dentro de la casa, Capi, como él le llamaba, se dijo entre dientes: “ya sabía que todo esto era puro cuento”.