El PACTO DE LECTURA
El lector y el autor establecen en la distancia un pacto tácito, un acuerdo según el cual el primero se compromete a dar por bueno tal género, estilo o forma de contar una historia que, aun a regañadientes, terminará cautivándole. Estamos ante el pacto de lectura, sin él no sería posible que el lector apreciase la obra en su conjunto.
Este pacto se apoya en unos cimientos bastante sólidos: el lector ya conoce al autor, ha oído mencionar su nombre, ha leído otras obras suyas, sabe de antemano que difícilmente le va a defraudar.
Si no es así, pone su confianza en la editorial que ha publicado el libro; esta editorial goza de fama de seria y las probabilidades de llevarse un chasco se ven menguadas.
Además, contribuye el género a reforzar esta confianza inicial: el lector está acostumbrado a determinado tipo de libros; por lo general, suele encontrar en sus páginas las emociones que andaba buscando.
Y de este modo, si un escritor logra subirse a la lista de los grandes, contará antes que nada con un pacto de lectura que le favorece y facilita un número envidiable de seguidores.
Pero, ¿qué ocurre si el pacto de lectura inicial no dispone de estos cimientos que así lo fortalecen?
Si por casualidad al lector no le suena el nombre del autor; y si el género de que trata la obra no es de su agrado; y si la novela aparece relacionada con una editorial de dudoso prestigio, entonces el pacto de lectura no existirá y el libro, aunque bueno y admirablemente bien escrito, reposará en el fondo de las estanterías hasta el fin de los siglos.
Así de cruel llega a ser este pacto de lectura, así de injusto.
En la actualidad existen páginas virtuales donde el internauta puede descargar novelas de autores desconocidos para el gran público. Como no hay pacto de lectura alguno, los prejuicios están a la orden del día antes de comenzar incluso a leer: "Seguro que el libro es malo; a este no lo conocen ni en su barrio porque no sabe escribir; vaya una historia más sosa, así cualquiera es escritor; etc." Y en cuanto localiza una coma mal puesta, un punto equivocado o un acento de más, el lector casual cierra ese título y descarga el siguiente, siempre con la misma intención machacadora.
Si por un azar tropieza con un libro al que no le encuentra fácilmente los fallos, exclamará convencido: "Le falta enjundia; este relato aburre a las piedras." Y lo cerrará, y no dará una sola oportunidad al escritor emergente porque entre ellos no se ha podido dar el necesario pacto de lectura.
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