Keyton quedó completamente apesadumbrado con las palabras de la bayadera. La mujer de quién se había enamorado, le había echado en cara su engaño y lo había hecho sentir culpable. El jefe del subregimiento viendo la desazón de su subordinado, trató de animarlo:
- No te entristezcas Keyton. Simplemente has cumplido con tu deber. Vamos a tomar un té y dejar atrás el mal transe por el que has tenido que pasar.
Keyton se sintió algo reconfortado por las palabras de su jefe pero al regresar a su hogar no podía borrar de su mente la imagen de la bayadera que lo había hechizado. El estado de turbación del oficial no paso inadvertido para su esposa Karen quien lo interrogó diciéndole:
-¿Qué te pasa Harold? Te veo muy preocupado.
-He sido objeto de una emboscada por parte de un Thug, un sectario de la diosa Kali, que quiso poner fin a mi vida estrangulándome. Afortunadamente tuve la reacción mental de asir el lazo con mi mano y evitar el estrangulamiento. Con posterioridad mi jefe me envió al templo de los Thugs para investigar sus actividades. ¡Cuando llegará el día, en que esta secta de fanáticos que deshonra a la india, sea exterminada!
Con el consiguiente estado de aflicción por parte de Karen, ambos esposos se dieron las buenas noches y se fueron a dormir. El estado de ensoñación jugó a Keyton una mala pasada. La imagen de Sarasvati, había quedado muy grabada en su inconsciente e hizo que esa noche dijera su nombre en voz alta durante el sueño. En un estado delirante, Keyton decía:
- Sarasvati ¡Que bella eres! ¿Quién es esa monstruosa deidad de cuatro brazos? ¿Quiénes son esos hombres con sus horribles tatuajes de serpiente con cabeza de mujer? ¡Huye Sarasvati! Vayamos a un lugar donde podamos vivir juntos nuestro amor.
Karen no había podido conciliar el sueño y no perdió una palabra de las dichas por su esposo durante el delirio. Un acceso de furor la acometió. Su presión sanguínea aumentó haciendo que una oleada de sangre subiera a su cabeza. En el más vivido estado de emoción violenta, Karen camino hacia el armario y extrajo el arma de su esposo y sin mediar palabra, le efectuó varios disparos a quemarropa. Keyton sintiendo el dolor de los disparos y arrancado tan brutalmente de su sueño, interpeló a Karen diciéndole:
-¿Por qué, Karen?
Ella todavía presa de viva indignación, le respondió:
¿Y todavía me preguntas por qué? Para vengar tu traición y tu infidelidad.
Keyton sentía que se le nublaba la vista y en los últimos estertores de su agonía maldecía ese fugaz momento, ese flash de felicidad que ahora le llevaba a un final tan trágico. Pocos segundos después, Keyton expiraba. Karen, la mujer que en un estado de ánimo especial, cambió su estado civil convirtiéndose en la viuda y asesina del oficial, decidió huir del lugar del hecho. En la precipitación de su huida no tuvo ningún cuidado en hacer desaparecer las pruebas del homicidio. Algunos vecinos que en esa trágica noche oyeron los disparos, dieron parte a la policía. El superior de Keyton que más que valorarlo como un subordinado, lo apreciaba como amigo, al tener conocimiento del trágico desenlace, quedó profundamente consternado y quiso ir a la escena del crimen. Keyton todavía yacía en su cama, en medio de un gran charco de sangre y con sus facciones contraídas en una mueca de dolor. Los oficiales dijeron al jefe del V Regimiento. No hay duda que la autora del hecho es su esposa, pero no sabemos las motivaciones que ha tenido para cometerlo, ni tampoco dónde se encuentra.
Keyton recibió emotivas honras fúnebres por parte del Jefe de su regimiento y de sus compañeros de armas. Edward Jameston, Jefe del V Regimiento de Cipayos, sabía cuáles eran las motivaciones de ese crimen. Él intuía perfectamente que Karen, mujer a quién conocía por haberla visto en varias ocasiones en casa de su subordinado, había tenido conocimiento del estado de enamoramiento de Keyton de la bayadera y que lo había matado por celos. Entre tanto Sarasvati que había contado al comienzo con la protección de Jameston, se vio reducida a la condición de paria, descendiendo de esta manera al peldaño mas bajo de la escala social. La ex bayadera conoció el dolor moral de la estigmatización y el desprecio social. Ese menoscabo de Sarasvati en su vida civil, y su marginación social le hizo concebir la idea de emigrar de la india y alejar de sus compatriotas. Acudió nuevamente en busca de ayuda a Jameston que le había cobrado afecto. El jefe del V regimiento le decía:
- Espero que encuentres la suerte que hasta ahora te ha sido tan esquiva. ¿Dónde piensas ir?
- Deseo radicarme en Daca, capital de Bangladesh.
- Te proporcionaré un salvoconducto y dinero para el viaje ¡Hasta siempre Sarasvati!
La joven hindú llegó a Bangladesh, país en el cuál la mayoría de la población profesa la religión musulmana, para el Ramadán, el mes de ayuno. Aunque en un país extraño, Sarasvati se sintió libre de la pesada carga del escarnio social que soportaba en el suyo. La antigua bayadera, sin proponérselo y en forma puramente casual se encontraba un día ante un templo musulmán, una mezquita en el cual un Muezin recitaba sus plegarias. Cuando el sacerdote hubo terminado de orar, Sarasvati lo interrogó, acerca de cuál era el lugar donde se encontraba.
- Esto es una mezquita, lugar donde quienes profesamos la religión musulmana, nos reunimos para orar.
La joven hindú creyó oportuno sincerarse con el religioso musulmán y le contó sus desventuras.
El Muezin se sintió profundamente conmovido ante el relato de Sarasvati y la reconfortó fraternalmente diciéndole:
-Es muy doloroso cuanto me has contado, pero debes tener en cuenta que hay que aceptar la voluntad de Alá, ya que todo lo que acontece en la vida de los seres humanos es porque está escrito que así tenía que suceder. Entre los musulmanes seréis recibida con los brazos abiertos y podrás conocer gradualmente nuestra religión.
Sarasvati disfrutó del sentimiento de fraternidad y solidaridad que le dispensaron y paulatinamente olvidó el vacío del que habrá sido objeto en la india. Ella también abrazo la religión musulmana, sin embargo, su estado de felicidad iba a ser efímero a causa de las sombras que surgían del ayer. Un personaje de ese pasado había llegado subrepticiamente a Daca. Era Karen ¿Cómo había llegado a conocer el paradero de Sarasvati? Era un misterio que solo ella conocía. Un día en que Sarasvati en el recogimiento que proporciona la soledad, leía el Corán, oyó que alguien llamaba a la puerta de su casa. La vida de desventura que había tenido, había tornado desconfiada a la ex bayadera. Ignoraba quién llamaba a la puerta pero instintivamente se proveyó de un revolver. En ese país desconocido al cual había venido, un medio de defensa no estaba de más. Abrió la puerta y una mujer de rubia cabellera y que poseía la belleza de algunas mujeres anglosajonas empuñando un revolver decía en tono iracundo:
- ¡Tu eres la despreciable mujer que me robo el amor de mi esposo!
Acto seguido disparaba contra Sarasvati. La bailarina, que tenía su revólver oculto bajo su manto, en los estertores de su agonía, disparaba a su vez contra su agresora. Estaba escrito. En un brindis de sangre las protagonistas del drama pasional terminaban sus vidas en el común denominador de la muerte.
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