Su boca fue la mejor bienvenida el calor de su tacto en una tierra tan fría navegar sobre una piel desconocida la sorpresa de sus manos baldías. Un hambre voraz nos atrapaba sin haber cruzado apenas palabra relamiéndonos hasta los huesos sonreír es fácil aunque no acaricie tu alma. Aquella noche a ciegas quise pronunciar algunas en su idioma más besándome me tapó la boca y demostró lo indiscutible del axioma. Engalané hasta el último rincón a la espera de una piel que no llegó trazando flores de saliva con mi lengua por cada centímetro que me regaló. Yo fui la extranjera novedad ella la mar y su marejada no pude hacer pie esa noche por más que lo intentara. Pero el dolor, que siempre llega, vino pronto a anunciar la despedida una confusión y cientos de mentiras; al día siguiente ni la reconocería. No lo haríamos, es evidente, mas para resolver nuestras dudas -sin mirarnos a los ojos- debíamos volver a vernos a oscuras. Me fui sin darme cuenta que cabía todo el mar en su mirada pero también toneladas de hiel en cada una de sus marejadas. Luego vinieron los desencuentros las mentiras y la herida de un "te echaré de menos" que no cicatrizaba. Sin besarnos en la boca vimos la oportunidad desvanecida, todo el tiempo pierdo y la terrible despedida. De nada sirven las palabras a quien no quiere leerlas. Ya no volveremos a vernos. En otra vida será, quizá, querida Ojos de Hielo.
Texto agregado el 09-12-2015, y leído por 131 visitantes. (3 votos)