¡MATEMÁTICAS MILAGROSA!
Regresaba de una larga ausencia de tres años que en lo profesional le redituó algún beneficio personal. Como ayudante del ayudante del asistente de una gran investigadora participó en el descubrimiento de un algoritmo. Se sentía ufano, porque aunque fuera abasteciendo al grupo de cigarrillos, refrescos y emparedados, él había contribuido con su granito de arena y un torrente de sudor al descubrimiento.
Regresaba —según él— como un gran matemático, llevaba entre su equipaje varios obsequios para su amada, había prescindido de lo más elemental, hasta de comer algunas veces para ahorrar lo necesario y agasajar al volver a casa a su mujer y su hija que a la fecha tendría seis años de edad. También, muy bien escondido en el fondo de la misma maleta, llevaba una copia completa del libro de notas de la investigadora que le dio asilo, el cual había sustraído furtivamente. Se le humedecían los ojos —que ya anunciaban glaucoma— por la alegría que le producía sentirse desde ya, ¡un genio de las matemáticas!
Mientras completó lo necesario para el pasaje de regreso organizando una colecta entre los compañeros de trabajo, escasos conocidos que apenas lo soportaban por su enfermiza egolatría y de algunos transeúntes quienes tuvieron piedad de su situación, llegaron las ¡festividades navideñas!, qué mejor época para estar en casa con sus mujeres tan queridas.
Aquel veinticuatro de diciembre del cual ya no quiere acordarse, llegó por la madrugada a su hogar, entró con mucho sigilo conteniendo el alborozo hasta la recamara donde muchas veces disfrutó el placer sexual con su mujer y donde seguramente había procreado a su hija y con mucho tiento abrió la puerta —porque recordaba que una bisagra floja chirriaba escandalosamente— y… fue ahí donde se doctoró en matemáticas, quedó petrificado ante la alucinante visión: matemático al fin, contó una a una hasta veinte posiciones posibles en la cama del Kama Sutra escenificadas por su mujer y un desconocido.
¡Se armó el gran escándalo!, con estulta dignidad corrió al desconocido sin darle su merecido, argumentando que él no peleaba con ratones. Ya inventaría después algún algoritmo para castigarlo. Ahora le interesaba más la explicación de su mujer… Al increparla, ésta solo atinó a decir: —No grites tanto mi amor, vas a despertar a tu pequeña hija—
— ¡¿Pequeña hija?! — — ¡Si ya tiene seis años!—
— ¡Pues el algoritmo que descubriste es milagroso¡ Con el puedes hacer grandes cosas a distancia, ahora tienes otra hija de escasos meses de edad— —Argumentó ella.
Aquel pobre individuo pusilánime como siempre, aunque él se creía genial, ante la calma y desnudez de su mujer quedó dubitativo. Ella terminó por animarlo con estas palabras:
—Anda mi amor, ven, que aunque seas un gran matemático, yo te llevaré a lo elemental, ¡Volverás a sumar con palitos!
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