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Reencarnación

Todavía en tinieblas y antes de que la luz del alba surcara el horizonte, una voz susurrante rompía el silencio abriendo paso a los rezos y a los cantos sagrados. Los peregrinos iniciaban sus oraciones uniéndose a la comunión y a la meditación. Justo entonces en el monasterio construido a los pies de las altas cumbres nevadas, un grupo de selectos lamas se preparaba para realizar la última prueba al candidato a tulku o reencarnación del Karmapa.

En la ciudad monástica, que a esas horas lucía sepultada bajo una densa bruma blanca, Ruhala quien fuera el discípulo favorito del Karmapa aguardaba con calma el radiante inicio del crepúsculo matutino. Ahí en ese monasterio de altos muros y torres como las de un castillo, que circundaban el reducto con el mero fin de salvaguardar los tesoros y las vidas de los monjes que seguían el camino del dharma, había vivido y muerto el duodécimo lama portador de la Corona Negra.

Ruhala sujetaba con ambas manos un puñado de velas que arañaba algo de luz a la penumbra que bañaba la estancia, lo llevó a la altura del pecho e inclinó el torso ante un hermoso fresco pintado en la pared dedicado a la divinidad budista más popular entre los tibetanos. Aspiró el incienso que se quemaba como símbolo de purificación, el aroma intenso se esparcía hasta el último rincón de los aposentos del antiguo recinto. Inmersos en meditación profunda los monjes más jóvenes practicaban sus oraciones matinales, mientras los más ancianos, abatidos por la edad, permanecían acostados en sus rígidas camas de madera. Ni el aire frío de la madrugada, ni los cánticos de los monjes sustrajeron a Ruhala de sus pensamientos donde recordaba cuando su maestro el Karmapa se le apagaba la vida, él, más que ninguna otra persona, era perfectamente conciente de ello.

El Karmapa yacía en su lecho de lana trasquilada a insomnes yaks, casi agonizante, con un rosario budista en las manos y un mantra en la boca. El rosario lo tenía enrollado en la muñeca y, al tiempo que pasaba las cuentas, recitaba el incansable mantra de su propia creación, sin apenas mover los labios. Cuando el anciano líder aguardaba el momento de su expiración su lastimosa apariencia se reducía a poco más que a un esqueleto recubierto de pellejo, de piel arrugada y grisácea, los ojos hundidos y las mejillas desvaídas; una serena expresión en el rostro se revelaba como el único signo de dignidad. Fue entonces cuando la vitalidad se le escapó y dejó caer el rosario y las cuentas rodaron por las baldosas frías del piso.

El sonido que produjeron sonó igual al tañido de las campas que llamaban a los lamas a concentrarse en la biblioteca donde se realizaría la última prueba a un candidato con alto grado de probabilidad de ser la reencarnación del líder de la escuela Kagyu. Mientras las campanas seguían resonando en toda la abadía, de tal forma que hasta los peregrinos presentes en la ciudad pudieron oírla sonar, Ruhala, que también era el abad del monasterio, salía de los aposentos intactos del Karmapa con un retazo de tela que envolvía el rosario que él mismo había reconstruido.

Los pasos afligidos del abad por las estrechas y laberínticas callejuelas apelmazadas por la gruesa capa de nieve desesperaba al grupo de lamas que lo esperaban. Los patios del gompa estaban casi vacíos. El grueso de monjes se hallaba congregado en los templos efectuando pujas de honra y adoración entre cánticos y reverencias. Para entonces la bruma se había dispersado y tras cruzar el soportal de la tumba del fundador del monasterio, considerado como el soporte simbólico del espíritu de los budas que solían girar alrededor siguiendo el camino del sol para impregnarse de su bendición y acumular mérito, llegaron a su meta…

Era la biblioteca de la comunidad, alumbrada por una minúscula luz escupida por un candil atormentado por insectos nocturnos que lo circundaban atraídos por el furor de la luz, la resguardaba un viejo portón de madera esculpida con las fórmulas sagradas melladas por la inclemencia del clima, y por unos muros embellecidos con frescos para el deleite de los visitantes. Ruhala introdujo en la cerradura la llave que colgaba de su cintura; giró dos veces hacia la derecha hasta que la puerta cedió dejando salir el olor viciado que desprendían las paredes, semejante a la cera quemada o al cebo aplicado al cuero. Fue así como algunos novicios descubrieron por primera vez un insólito mundo de símbolos e iconos que apelaban a una larga historia de aquel antiguo claustro.

La estancia estaba repleta de pergaminos que desafiaban el paso del tiempo y convertían aquel momento en un valioso viaje hacia el pasado donde las enseñanzas de buda figuraban como su principal protagonista. El olor rancio del cuero donde estaba escrita en tibetano la traducción del sánscrito la totalidad de los textos canónicos budistas resultaba embriagador para los monjes y un tormento para el niño, supuesto reencarnación del Karmapa que estaba sentado frente a un Buda situado en la balda central, sentado sobre un loto y tocado con una sutil sonrisa y los lóbulos de las orejas exageradamente largos.

La prueba consistía en mostrar al candidato cinco rosarios y el debía escoger el del Karmapa sin ninguna duda. El niño emplazó la mano rubicunda y asió el correcto, lo enredó en su mano izquierda y pidió a Ruhala que se acercara. Una ola de desconcierto recorrió la biblioteca de punta a punta. Nunca se había visto algo igual. El abad estaba acuclillado para escuchar que el niño desplegaba las mismas frases urdidas que el Karmapa expulsó como último suspiro, entonces Ruhala cuajó una risa que le iluminó el rostro y se postergó frente a él.

Texto agregado el 08-12-2015, y leído por 297 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
13-10-2021 Felicito a Umbrio quien me ha sorprendido con su calidad y le respondo a Ninive: Se llama Japa Mala el rosario oriental. MujerDiosa
12-12-2015 Te felicito,el relato lleva al lector al ambiente que describes con tanta maestría que se podría pensar en una iluminación. Me queda la duda si la palabra rosario no es relativa al catolicismo. Creo que hay otro nombre para las cuentas desgranadas por los orientales. nINIVE
08-12-2015 Las descripciones, con narrativa pulcra, instalan al lector en el paisaje y lo llevan de lleno a la liturgia de los monjes. Muy vívido y palpable recorrido. Saludos! TuNorte
08-12-2015 Un excelente relato,con magnificas descripciones del mitico mundo de los lamas.Un Abrazo. gafer
08-12-2015 1. Vibré con tu historia, amigo querido. El mundo oriental es fascinante para mí. La reencarnación y sus misterios siempre me han atraído. Tu historia, tan bien lograda con esas descripciones sagradas y de gran belleza literaria, me cautiva. SOFIAMA
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