Estuve muchas horas pensando en las palabras precisas; perfeccionando los párrafos y las frases para que se puedan vislumbrar mis emociones y sentimientos. Cada palabra fue seleccionada con la minuciosidad con la que Leonardo da Vinci pintó la Mona Lisa. La hoja de papel, el sobre, el tipo de letra, todos esos detalles buscaban la excelencia.
Por fin, la misiva me pareció lo suficientemente buena para ser leída, la metí en el libro y se lo entregué con la esperanza que mi mensaje la haga regresar y así brindarle la felicidad que ella merece. Todo sería perfecto después que lea ese pedacito de mi alma transmutada en vocablos vertidos sobre papel.
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¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!
- Aló
- Hola Alberto soy María ¿te acuerdas de mí?
- ¡María! Claro que me acuerdo.
- Te parecerá extraño que llame después de tanto tiempo, pero ocurrió algo curioso. Te acordarás del libro que me regalaste el día en que me marché, me lo diste para que pueda leerlo en el viaje, ya que éste iba ser muy largo. Bueno, ese día estaba tan cansada, que me la pasé durmiendo todo el recorrido. Al llegar a mi destino guardé el libro en un estante, nadie nunca lo leyó, o siquiera lo ojeó, tal vez, intimidados por su grosor o ese título tan complicado. Sólo ayer que nos mudamos de la casa el libro cayó del estante y del interior de éste salió la carta que me escribiste. Es maravillosa, es el mensaje más hermoso que me han dado en toda mi vida, no sé cómo hubiera reaccionado si la hubiera recibido esa época.
- Aló, aló, ¿Alberto, me escuchas? ... , Bueno, lo que quería decirte, es que estoy de regreso en nuestra ciudad, tu carta me conmovió y quisiera visitarte, quiero presentarte a mi esposo y a mis hijos ¿podemos vernos?
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