Ella se cansó de esperar y se venció ante la trémula noche, caminó entre sus recuerdos y se fue desvaneciendo en la transparencia de su pupila, mientras el espejo la absorbía lentamente.

No interpuso ninguna oposición, solo se acompañó de sus largas soledades en su dormitorio y sonrío ante la idea de un nuevo sueño, uno del que tal vez nunca despertaría.

Sin embargo, fue feliz, por un leve instante, ya no necesitaba revestirse de cordura, podía liberar su furia sin dañar a nadie y en un grito ahogado acompasó sus lágrimas fusionándose con el cristal

A la mañana siguiente resplandeció con el reflejo de los rayos astrales, lució su nuevo traje, aquel nacarado e invernal manto y al ver por su ventana, pudo ver otra princesa intentando reflejarse en ella.

Empujó fuertemente, intentó ahuyentarla, quería que le oyera, decirle que no lo hiciera, que saliera de ahí y corriera con el viento a disfrutar de sí misma, que no esperara a nadie pues su felicidad se desvanecería si la ponía en manos de otro, subió tanto su voz que las gemas que le rodeaban se desintegraron, todo empezó a derrumbarse a su alrededor, golpeó la ventana queriendo ser oída, se acercó tanto al cristal que al empañarlo ahogó su último halo de aire y cayó tendida, pálida, sin vida…


Su esfuerzo no valió la pena, ella, al otro lado del espejo, también se había enamorado del príncipe de la indiferencia y muy pronto sería la nueva habitante de ese oscuro, solitario, invernal y olvidado sitio, ese llamado reino del olvido.