“El vicio que tengo en el cuerpo no es normal” me dirías mientras yo andaba perdido en el triángulo delimitado por la escotadura supraesternal y tus púberes pezones. No recuerdo ninguna peca en ese triángulo, pero las pide a gritos, pero de verdad, no como esos gemidos silenciados que emites en tus orgasmos. Gritos silenciados que yo relleno en mi mente mientras continuo lamiendo con más y más insistencia, introduciendo mi dedo con más y más fuerza, deseándote más y más deshecha entre mis brazos. Pero después, aún con las piernas temblando, eres capaz de levantarte, dejar que tu cabello liso moreno caiga sobre tus pechos y sonriendo, con esos labios carnosos, me invitas a tumbarme, boca arriba, a tu merced. Y mantienes entonces una sonrisa que permite entrever unos incisivos ligeramente separados, los mismos que junto, ahora sí, tus pecas en la frente, me hacen pensar que he llevado a la cama a un niño travieso.
“Cuando viajabas y eras feliz” te diría una amiga mientras yo andaba perdido en medio de un marasmo de realidades todas imposibles, todas vividas. Pero ambos orbitamos normalmente en sintonía, danzando al unísono en un eclipse que va para tres meses, siendo obedientes satélites que parecen cogidos de la mano mientras nuestros planetas continuan rutas similares, pero rutas distintas al fin y al cabo. Y, sin embargo, ahí seguimos, detenidos, mientras a nuestro alrededor todo sigue y sigue girando, sigue y sigue preguntándose porqué hemos coincidido, sigue y sigue pensando cuándo nos desligaremos mientras el eclipse aún continúa.
“¿Cómo puedo tener tanta suerte?” te diría yo mientras tú me observas trabajando, desnuda desde la cama. Ante nuestra habitación de hotel el sol ya lleva un par de horas ascendiendo sobre el mar y tú, ahora te encuentras a mi espalda dejando caer ligeros besos. Y yo me estremezco pensando en la comunión de la carne, la sublimación de los pecados y vislumbrar la vida eterna a través de un instante de esa noche. Ese instante cuando terminé y salí de tu coño, pero continué retorciéndome sobre la cama varios minutos, como cuando Lucifer se estrelló contra el suelo tras ser expulsado del cielo, y yo, me tuve que levantar con urgencia, para escribirlo. |