El pecado
La iglesia, como todos los domingos, estaba llena de gente, algunos, los habituales, otros los curiosos, el padre Andrés había sido transferido a otra ciudad y el padre Héctor ocuparía su lugar.
Quizá más que nada a eso, a la curiosidad, se había llenado de feligreses.
Entre ellos se encontraba Mariana, una joven de veinte años que solía confesarse con el padre Andrés.
En realidad lo hacía más que nada por costumbre, no tenía más que pequeños pecadillos de adolescente .
Y llegó el momento esperado por todos, el padre Héctor presidió la misa y comenzaron los comentarios.
___Qué cura tan joven!!!
___No creo que le llegue ni a los talones al padre Andrés…
___Es demasiado buen mozo, no debería ser sacerdote-
___Creo que no durará mucho,,,
Y los comentarios siguieron pero el padre Héctor no los escuchaba y si lo hacía no les prestaba atención y pensaba : ___Padre, no los escuches, no saben lo que dicen.
Al término de la misa, el padre Héctor se presentó a todos y a cada uno de sus feligreses.
Mariana al darle la mano, no pudo evitar la tentación de mirarlo a los ojos y pensó: ___Qué ojos tan hermosos!!!!!!
El padre Héctor era como mucha gente pensara, un hombre muy apuesto, quizá debido a su pelo negro que hacía contraste con sus grandes ojos grises, combinación no muy frecuente-
El sacerdote también correspondió a aquella mirada pero bajó la vista de inmediato al comprobar que muchas eran las personas que estaban pendiente de él y aún debía saludar y presentarse a otras tantas.
Domingo a domingo Mariana acudía a misa, no por sentirse más católica, todo lo contrario, comenzaba a odiar esa religión tan intransigente con los devotos prohibiendo el casamiento de sus sacerdotes como un pecado, siendo que debería ser todo lo contrario, el formar una familia propia les daría el derecho de aconsejar a sus fieles, por experiencia y no por….quién sabe por qué?
Un domingo, no muy lejano al que viera por primera vez a Mariana, el padre Héctor no solo miró a Mariana sino que también se ofreció a acompañarla hasta su casa, con el pretexto de que era su día libre y quería conocer el vecindario.
Y así comenzó todo, la tentación había tocado a la puerta de los jóvenes que le permitieron entrar sin medir las consecuencias.
Aquella noche, la del primer encuentro, fue sublime e inolvidable para ambos.
Se amaron como lo que eran, dos jóvenes enamorados que unen sus cuerpos por primera vez olvidándose de todo y de todos.
Era un amor puro, pero…siempre hay un pero que se interpone en aquello que más deseamos.
Héctor sabía que su vocación de sacerdote era demasiado fuerte como para olvidarla y que tendría que dejar de lado todo sentimiento que se interpusiera entre su vocación y su pasión como hombre y así se lo dijo a Mariana.
La muchacha comprendió que todo había terminado apenas comenzado y que a pesar de sus sentimientos debía olvidarse de aquel amor imposible, ella no podía competir con los designios del Señor.
Así Mariana desapareció de la vida del padre Héctor y él, luego de alguna que otra confesión, volvió a su vocación para no volver a apartarse de ella jamás.
Muchos años pasaron desde aquel primer y último encuentro entre Mariana y Héctor, la muchacha se había casado y tenía tres hijos y como era su costumbre y a pesar de todo seguía concurriendo a misa todos los domingos junto a su familia.
Ahora lo hacía en una pequeña capilla muy lejos de la iglesia donde había conocido al padre Héctor, más que nada por no volver a verlo aunque los recuerdos le acompañarían hasta el día de su muerte.
Ese domingo, concurrió a misa con sus tres hijos como era su costumbre aunque su esposo no había podido ir ella igual concurrió.
El hijo mayor de Mariana era un apuesto muchacho de ojos grises y cabello largo y negro como el azabache, los otros dos se parecían a ella rubios y de ojos celestes.
Su hijo mayor se llamaba Héctor y al ser presentado al padre Héctor que ahora era un hombre que aparentaba más edad de la que tenía y en nada se parecía al de antaño, la sorpresa inundó el rostro del sacerdote al mirarlo y al escuchar lo que el joven le decía: ___Padre Héctor, ¿verdad? Parece que nos llamamos igual.
El castigo , tardó pero llegó, el padre Héctor lo supo al verse reflejado en aquel rostro y en aquellos ojos tan iguales a los suyos, el pecado cometido tantos años antes no había sido olvidado por Dios, tendría que vivir el resto de su vida sabiendo que su hijo lo llamaría padre…, pero nunca papá!.
Omenia
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